En Cinta Viernes, 7 julio 2017

«Okja», cinta del surcoreano Bong Joon-ho, nos enamora con su criatura porcina mientras se mofa de la industria alimentaria

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Escribe: Rafael Flores Figueroa

En «Okja», el surcoreano Bong Joon-ho juega a las fábulas de Esopo. Esta nueva cinta de Netflix (responsable de haber prendido la pólvora en Cannes con un asunto que lleva tiempo cocinándose: ¿las películas que se estrenan en servicios de transmisión por internet -streaming- son aptas para competir en festivales y certámenes cinematográficos?) cuenta la historia de la niña Mija y su súper mascota Okja, una cerdita de gran volumen, nutrida específicamente para convertirse en un nuevo producto de consumo masivo. La empresa multinacional Mirando será la encargada de delegar dicha tarea, y este detalle apuntará el conflicto central ni bien concluya la primera escena: la inminente separación entre la criatura y la niña tendrá que efectuarse por la fuerza, cueste lo que cueste.

De entrada, el film se asume como una versión hiperbólica del mundo real: estamos ante una farsa que se mofa del capitalismo y la industria alimentaria. He ahí un primer detalle que se asoma como virtud para luego tornarse un defecto: todos los antagonistas son caricaturas excesivas que no temen rayar con lo grotesco. Claro, tienen gracia, pero, luego del chiste, se vuelven esquemáticos, predecibles y, lo peor de todo, insoportables.

Es el caso de Jake Gyllenhaal, cuyo personaje es Johnny Wilcox, un zoólogo y presentador de TV. Gyllenhaal es un intérprete que nunca ha sentido afecto por el aura estelar de su nombre ni por su condición natural de galán. Él, en cambio, prefiere experiencias que hagan de su rostro una máscara y de su cuerpo un material dúctil. Sin embargo, en esta cinta desecha todo tipo de gradación y se dedica a acumular disfuerzos, chillidos y lamentos, lo que debilita el impacto de su personaje.

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Un tanto mejor está Tilda Swinton (quien vuelve a colaborar con el cineasta surcoreano luego de “Snowpiercer”) en el papel de las gemelas Mirando, herederas del negocio paterno. La espigada actriz conoce bien su figura y la sabe aprovechar: como Lucy, define un número limitado de morisquetas que irá matizando de a pocos con el dominio de su rostro (y sus aditamentos prostéticos). Por otro lado, como la gemela Nancy, fijará el gesto y el cuerpo, estableciendo así el carácter glacial de la villana. Pero no es suficiente: el arco dramático de ambas es poco claro y demasiado escueto. Esa ausencia argumental les resta potencia.

Quizá los personajes que sufran más este maniqueísmo enfático sean los miembros del Frente de Liberación Animal. Paul Dano, como Jay, líder supremo de la banda, es casi un santo de estampita: siempre con el gesto beatífico y sin pizca de inquietud o emoción. Lo mismo puede extenderse al resto de sus compinches, aunque estos tienen menos gracia (ni siquiera son vistosos ni expansivos, como los antagonistas, lo que los hace más intrascendentes). Es un detalle que desconcierta, y que además incita especulaciones que no competen a la narración (¿quería el realizador Joon-ho burlarse también de los animalistas al presentarlos como radicales obtusos y santones o, por el contrario, rendirles homenaje a través de una representación hagiográfica y aséptica?).

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Al menos, lo mejor de esta sátira anticapitalista es justo lo que conforma el núcleo del film: la criatura y su compañera. La jovencísima actriz, Ahn Seo-hyun, no da paso en falso: su presencia se afianza en la certeza de sus acciones y en el vínculo que establece con Okja. Es un acierto que también le pertenece al cineasta: la confección de aquellas escenas lúdicas e íntimas con la bestia son sencillas y claras, cotidianas y quietas. El director revela su idea de la confianza mutua (la calidez del silencio), y lo consigue a través de imágenes desprovistas de diálogo y plenas en tránsitos esenciales.

Por supuesto, esta dinámica no funcionaría sin la súper porcina Okja. Acaso inspirada parcialmente en el Totoro de Hayao Miyazaki (una escena, incluso, duplica el famoso primer encuentro entre la niña protagonista de “Mi Vecino Totoro”, que cae dentro de un árbol hacia la panza felpuda del rechoncho animalito durmiente), Okja evidencia ser un personaje memorable tanto por sus arbitrariedades como por su sencillez (es básica: ama comer, dormir y nadar en una laguna, sí, pero no se mantiene imperturbable ante la humillación). Tal como en “El huésped”, su cinta del 2006 con otra criatura como protagonista, Bong Joon-Ho exhibe otra vez ese cariño excepcional que le tiene a sus criaturas: es un rigor que le permite esculpir y tallar, cual Harryhausen digital, seres fantásticos y orgánicos, alimañas hermosas que se describen ante nosotros con naturalidad y cierto errático salvajismo.

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