En Cinta Martes, 18 agosto 2015

Se terminó el Festival de Lima 2015 y este es nuestro balance de la competencia oficial de ficción

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Escribe: Rodrigo Bedoya (@Zodiac1210)

Este año, el haber sido Jurado de la Crítica Internacional del Festival de Cine de Lima me permitió ver, por primera vez desde que asisto al encuentro, todas las películas de la competencia oficial de ficción. Al ser un festival cuya competencia se centra en el cine latinoamericano, es justo pensar que la misión del encuentro es ofrecer una visión de la producción de nuestro continente. Una visión que puede basarse en los filmes que han tenido éxito en festivales internacionales, sin duda, pero que también (y esto es lo más importante) debería considerar una apuesta estética, que señale caminos inexplorados y pueda mostrar los riesgos estilísticos que toman algunos directores de la región.

 

Las «películas de prestigio» y las ausencias

En cuanto a lo que fue recibido de festivales internacionales, pues no hay mucho que objetar. Llegaron el Gran Premio del Jurado y la Mejor Ópera Prima del Festival de Cine de Berlín (la chilena “El Club” y la mexicana “600 millas”), además de la Cámara de Oro del Festival de Cannes (la colombiana “La tierra y la sombra”) y la ganadora de la Semana de la Crítica del mismo encuentro francés (la argentina “Paulina”). Y si a eso le sumamos la presencia de una de las ganadores del Tigre del último Festival de Rotterdam (la cubana “La obra del siglo”), pues las cintas de prestigio estuvieron presentes.

Pero tal criterio no puede ser el único y, en un mundo idóneo, debería ser el menos importante: los festivales usan muchos criterios para elegir sus películas y suele ocurrir que los cinematográficos no son los que más pesan. Y pareciera que la presencia en otros festivales es el principal criterio que usa el Festival de Lima para elegir su competencia, dejando de lado aquellas propuestas que apuestan por un riesgo estético mayor y que, quizá por eso, no suelen ser consideradas en festivales más grandes. El Festival de Lima, ya posicionado, podría ser una excelente vitrina para esas películas; pero el encuentro apuesta por otra cosa.

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Y no solo hablamos de filmes de directores ya consagrados que debieron estar en la competencia (“2 disparos” de Martin Rejitman, “El botón de Nácar” de Patricio Guzmán o “El 5 de talleres” de Adrián Biniez), sino de películas menos conocidos pero igual de interesantes como La mujer de barro”, filme chileno de Sergio Castro San Martín o “La mujer de los perros” de Laura Citarella y Verónica Llinás. Incluso una película como “La vida de alguien” de Ezequiel Acuña (presente en la sección Múltiples Miradas) es mucho mejor que varios de los filmes en competencia y le hubiera dado cierto aire a una sección que, este año, se presentó bastante apegada a los grandes temas y a filmes cuyos conceptos plantean debates sociales que pueden ser válidos y hasta necesarios, pero cuyos tratamientos están más cerca del didactismo que de una puesta en escena rigurosa.

El peso de los grandes temas y los debates sociales

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En efecto, cintas como “Alias María”, “Las elegidas”, “Paulina”, “Casa Grande”, “Carmín Tropical” y “El club” son películas que muestran situaciones sociales complicadas y buscan iluminar grandes males de nuestras sociedades, como pueden ser la violencia, la explotación infantil, las diferencias sociales, la discriminación y el aborto. Nadie duda de las buenas intenciones de estos filmes; el problema está en que la forma de mostrar estas situaciones muchas veces está ligada a un tratamiento ilustrativo, que busca reforzarnos el problema como si estuviéramos escuchando un sermón, en vez de apostar por una puesta en escena que enriquezca las historias y cree tensiones a partir del estilo.

La mexicana “Las elegidas” de David Pablos, denuncia la explotación infantil y la prostitución a partir de una historia que se basa en esquematismos: cada secuencia parece hecha para machacar el dramatismo de la situación y la denuncia ante una situación intolerable, ciertamente. Pero la fuerza de la denuncia se va perdiendo a medida que la historia se va haciendo cada vez más obvia.

Por esos mismos caminos transita “Alias María” del colombiano José Luis Rugeles García: lo que pudo haber sido una gran historia de aventuras termina sepultada por el peso de temas como la maternidad y la violencia, que el director se encarga de resaltar a partir de diálogos y situaciones enfáticas, desaprovechando el poder tenso de la selva en el que están inmersos los personajes.

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“Paulina” y “El club” son casos distintos, pero igual de decepcionantes. Hechas por directores con una firma autoral más firme, ambas cintas también se dejan ganar por el peso de la tesis y de la posición política que quieren asumir.

El filme argentino de Santiago Mitre plantea en su personaje principal, que le da el nombre al filme (notable Dolores Fonzi), el dilema moral de vivir en un país que incuba la violencia a partir de la pobreza y la desatención a ciertos pueblos olvidados. Paulina, violada por unos hombres en una zona a la que llega para hacer labor social, decide no abortar al hijo que saldrá de esa agresión porque considera que sus violadores no tienen la culpa de la agresividad que les brota.

La posición del personaje (y del filme) es polémica y da para la discusión, pero el problema es que Mitre utiliza la retórica y la explicación a partir del diálogo entre Paulina y su padre para marcarnos esa mirada social del filme, en vez de trabajarla a partir de la puesta en escena. La tesis se hace presente en todo su peso a partir de la palabra, como si el espectador no pudiera entender las contradicciones de otra manera que no sea a partir del sermón.

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“El club” del chileno Pablo Larraín es una exploración a las actividades de la Iglesia a partir de cuatro curas criminales (pedófilos, colaboradores de la dictadura, traficantes de niños) escondidos en una casa donde deben pagar sus culpas. Larraín, director de filmes interesantes como “Post Mortem” y “No”, no encuentra mejor manera de lanzar su tesis que a partir del desprecio a sus personajes, haciéndolos caricaturas de maldad para condenarlos desde un principio, sin posibilidad de que tengan algún tipo de inteligencia o humanidad, incluso dentro de su perversidad. En cada situación del filme se siente el peso de un guión de hierro, lo que hace que cada momento se sienta forzado para demostrar el daño que hace la iglesia en todo nivel. La tesis por encima de todo.


Buenas películas, sin embargo, también estuvieron presentes en la competencia.

«El Incendio»: la violencia cotidiana que lo carcome todo

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“El incendio” del argentino Juan Schnitman es una ópera prima de una intensidad inusual. El filme muestra a una pareja a punto de comprar un departamento, una pareja cuya relación parece signada por la tensión y por una violencia que, de pronto, parece meterse en todos los rincones de su vida.

Porque lo que retrata Schnitman es más que el final de una pareja: se trata de una descomposición social que lo carcome todo y que está presente en todos lados. Desde un cruce de hombros con un desconocido caminando por la calle, hasta una discusión entre vecinos que se escucha en una radio, pasando por una pelea en un lugar de trabajo o una relación sexual que tiene mucho de furia y de violencia. Todo en “El incendio” parece ser una descarga, un grito de desahogo. Schnitman filma con una cámara en mano y con tomas generalmente largas todas las situaciones de su cinta, creando un desequilibrio constante y visceral que impacta casi de manera física, que se siente a flor de piel.

“El incendio” triunfa justamente porque consigue hacer de esa violencia metida en todos lados una expresión visceral: se trata de la mirada hacia una sociedad que encuentra en la violencia cotidiana, del día a día, una forma casi normal de relacionarse.

«La Obra del Siglo»: la ironía del sueño inalcanzable

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“La obra del siglo” del cubano Carlos Machado Quintela es también una película sobre la degradación social, pero en este caso a partir de un hecho histórico: la promesa de la construcción de una planta nuclear en Cuba. ¿Qué ha quedado de ese proyecto? Pues tan solo unas imágenes de archivo que sirvieron para alimentar la esperanza que hoy tan solo pueden ser vista como una ironía de la vida. Porque hay gente que vive en la zona donde se iba a realizar la obra; personas que fueron ahí para trabajar en la planta y que vieron cómo la promesa de progreso nunca se cumplió.

Quintela centra su filme en una familia compuesta por abuelo, padre e hijo. Los silencios incómodos y las discusiones forman parte de la rutina de estos hombres, que buscan vivir en una normalidad que se les escapa de las manos debido a lo insostenible de su precaria situación. El realizador se concentra justamente en esos tiempos muertos que parecen sumamente cotidianos, pero que reflejan toda la tensión, la incomodidad y la amargura de los personajes.

El silencio es el arma de Quintela para mostrar la tristeza que invade cada uno de los rincones de su película. Su cámara fija e implacable retrata cuerpos que pueden estar quietos o en movimiento, pero en los cuales se siente el peso de la resignación, de saber que nada va a cambiar en ese ambiente decadente. “La obra del siglo” no necesita de discursos o de esquemas para reflejar su mensaje: lo hace a partir de esa resignación que se siente en cada una de sus imágenes. Si bien el reactor nuclear nunca se construyó, el filme muestra de manera implacable un Chernóbil social llamado Cuba.

«El Abrazo de la Serpiente»: el choque de dos (o más) mundos

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Colombia se alzó por segunda vez consecutiva con el premio del jurado oficial gracias a “El abrazo de la serpiente” de Ciro Guerra, filme que muestra, en distintos tiempos, a dos exploradores que buscan una misteriosa planta en la selva amazónica. A ambos los ayuda un habitante de la zona, quien no confía en los hombres blancos y busca defender su cosmovisión frente a los embates de la iglesia católica como del racionalismo absoluto del hombre blanco.

Lo mejor de la cinta tiene que ver con los viajes, los descubrimientos de los personajes y sus encuentros con individuos que en teoría han llegado a civilizar toda la zona de la selva, pero que terminan teniendo rituales más dementes y peligrosos que las prácticas que, en teoría, llegaron a eliminar. Los momentos con el cura cappuccino y con ese mesías delirante que maneja una comunidad son filmados por Guerra como si se trataran de una pesadilla, donde el fuego, el agua, la comida y la bebida cobran ribetes verdaderamente siniestros potenciados por un blanco y negro que aumenta el aspecto febril de las situaciones. Hay algo demencial en la forma en que el cineasta retrata los ritos que en teoría buscan civilizar a los pueblos de la selva, pero que terminan sometiéndolos a voluntades mesiánicas.

El mayor acierto del filme es justamente potenciar ese costado oscuro, propio del cine de aventuras. La historia que nos pinta Guerra tiene un aire a leyenda, a historia que cruza el tiempo y que tiene algo de mítica y de épica. Eso compensa los momentos en los que el mensaje sobre la naturaleza se vuelve un poco obvio, sobre todo en la parte final.

«Ixcanul»: la rebeldía de la naturaleza

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“Ixcanul” de Jayro Bustamante podría haber caído tranquilamente en el exotismo al contarnos la historia de una joven nativa de Guatemala que está a punto de meterse en un matrimonio arreglado, pero que sale embarazada de un joven cuyo mayor sueño es irse a los EE.UU. Si bien por el argumento puede parecer que se trata de una cinta que cae en los problemas señalados anteriormente, el cineasta potencia su relato a partir de una puesta en escena que prefiere los costados más ásperos y físicos de su propuesta.

Ahí están, por ejemplo, la aridez de las cenizas del volcán y la vegetación cubierta de serpientes. Hay algo profundamente violento en la naturaleza que muestra “Ixcanul”; una violencia que Bustamante retrata a partir de planos fijos que evidencian el carácter ritual de su historia, como si lo que le sucede a María, la protagonista, ya estuviera escrito de antemano. La contención de los actores, su manera de moverse, su expresión resignada son la manera del cineasta para mostrarnos un mundo predeterminado, donde la mujer cumple un rol del cual no se puede salir. María, de cierta manera, busca revelarse frente a eso; rebeldía que encuentra un eco justamente en esa naturaleza que se puede mostrar brutalmente violenta, como la mordida de una serpiente.


Sería injusto terminar este balance sin mencionar a la selección peruana, que tuvo una de las mejores representaciones de la historia del festival. Pero eso da pie para un artículo aparte.

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