En Cinta Jueves, 8 noviembre 2018

9 gloriosos momentos audiovisuales para recordar la influencia de Freddie Mercury

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Escribe: Rafael Flores Figueroa

Caviar y cigarrillos, bien versado en etiqueta y extraordinariamente genial: así se describe a sí mismo Freddie Mercury en «Killer Queen», sublime artefacto pop perteneciente a su tercer disco, «Sheer Heart Attack». Qué duda cabe, se trataba de un hombre excepcional y un músico superdotado.

Como frontman era maciso, pleno en afectaciones, grandilocuente, dueño de una mirada vibrante y una noble fragilidad. Era la inocencia de saberse artista y espectáculo, vanguardia e ídolo, ícono y espejo quebrado. Pero, ante todo, estaba el escenario: luz y público, entonando una única canción al unísono: la de su voz, diáfana y operática, afiebrada y explosiva, cual reflejo de sus propios versos: «pólvora, gelatina; dinamita de centellas láser; garantía para hacerte estallar, en cualquier momento…».

Hoy, a un cuarto de siglo de su muerte, el mundo vuelve a reclamar su legado para celebrarlo en la forma de un filme: «Bohemian Rhapsody». Rami Malek asume la estampa del vocalista en esta historia que narra la carrera musical de Queen a través de su líder.

Claro está, su recuerdo es indisoluble: aquella imagen siempre permanecerá, fulgurante y vivaz. Y ese registro existe: conciertos y videoclips nos sirven hoy de vianda para festejar su figura esbelta y liviana, de grito estentóreo y arrullo celestial. Nueve videos como nueve vidas, que lo describen desde el escenario o fuera de él: puro ataque desde el corazón.

Stone Cold Crazy (1974)

Mercury también podía ser Robert Plant o Roger Daltrey. Sus tres primeros discos lo vieron erigirse como una especie de rugiente pantera del heavy metal. «Stone Cold Crazy» vio la luz gracias a la versátil pluma de Mercury y las caricias salvajes de la guitarra de Brian May. Aunque el sencillo forma parte de un disco que incluía matices por doquier («Sheer Heart Attack», de 1974), cuando se lo proponía, Mercury era capaz de hacer temblar la boca de la tierra cual estampida africana. Ese vigor adamantino para reventar los parlantes del estadio se volverá una marca de fábrica que, a pesar de decantarse luego en piezas amigables de hard-rock, no perderá nunca su sustancia: el pecho desnudo de Freddie, siempre  colmado de alma y fuego.

Bohemian Rhapsody (1975)

Un consejo: no se les ocurra escuchar la insípida versión de Panic! At The Disco. Infinitamente superior es el cover realizado por los Muppets en el 2009. Casi todo el elenco de las famosas marionetas presta cuerpo y carisma para enarbolar un personalísimo ensayo, en clave de farsa, sobre una de las canciones más complejas del canon rockero. El resultado es un pastiche tornasolado que aprovecha las manías y arrebatos de todos los personajes. El remate de Kermit le otorga al conjunto cierto sesgo metaficcional que, sin querer queriendo, reflexiona en torno a las bondades y excesos de las redes sociales. Mejor, imposible.

Body Language (1982)

El disco “Hot Space” (1982) supuso un nuevo giro en la trayectoria artística de Queen. El apetito artístico de Mercury era voraz, lo cual le impedía ceñirse a un único modo de ser. Previamente, la banda coqueteó con el rockabily y el funk (en “The Game” (1980) encontramos dos ejemplos notables: “Another One Bites The Dust” y “Crazy Little Thing Called Love”). Ahora le tocaba el turno a los sintetizadores, los beats atmosféricos y los sampleos: se trata de los ochentas según Mercury. El video que acompaña el sencillo “Body Language” ilustra otra de las múltiples facetas del vocalista: la del amante íntimo de la vida nocturna, los claustros hedonistas y la sexualidad desaforada. Su vida íntima fue como su obra: vasta e insondable.

We Are The Champions (1977)

El himno por excelencia de todos los desplazados fue inventado por Freddie para el público. Pero, antes de convertirse en una canción que celebra la superación personal, fue el estandarte oficial de redención de los nerds del mundo. La secuencia final de “La venganza de los nerds” (1984) convierte a la composición en una celebración de la marginalidad, y lo deja muy claro, cuando Lewis, el geek protagonista, sentencia: “Cualquiera de ustedes que alguna vez se haya sentido pisoteado, ninguneado, señalado, subestimado… así se sientan nerds o no, por qué no simplemente vienen y se nos unen… ¡Vamos!”. Las fanfarrias del público que corre hacia el centro del cuadro para acompañar a los nerds es secundada por una voz familiar: es Freddie, que reza “he cumplido mi sentencia, sin cometer ningún pecado/ tengo errores crasos / que no son pocos/ y mi cuota de tierra ya me la arrojaron a la cara / pero he sobrevivido…”. Al final, todos se vuelven uno, al grito conjunto de la consigna nerd.

Flash (1980)

¿No fueron los ochentas una de las épocas más kitch del siglo XX (o de todos los siglos)? Gracias a Queen, aquella época gozó de un poco más del ya de por sí excesivo colorido que la adornaba. Se trataba del tema principal de “Flash Gordon” la bomba cinematográfica ochentera que llevó a la pantalla grande al famoso héroe de las tiras cómicas y los seriales. Dino De Laurentiis, acaso el principal responsable de heredarnos la mayor cantidad de placeres culposos de los ochenta (“Conan el bárabaro”, “Dune”, “La rebelión de las máquinas”, “King Kong 2”), inauguró una época iluminada por el neón con esta ópera espacial absurda y desternillante. La solemnidad épica que le suma Freddie y compañía con sus composiciones originales no hace más que recargar el conjunto para hacerlo más elocuente y churrigueresco: maná del cielo para cualquier cinemero.

Don’t Stop Me Now (1979)

Contrapunto contrasentido: añádele a una comedia sobre la típica crisis de la mediana edad, unos zombis, tripas, un elenco coral, un huarique inglés, una rocola y una radiante y primaveral tonada pop. ¿Parece difícil? No para Edgar Wright que en «Shaun Of The Dead» (2004), valiéndose de uno de los temas más luminosos de Queen, consigue dotar a su inolvidable secuencia del bar de una energía delirante y vertiginosa. Golpes, morisquetas, volantines y explosiones completan el acompañamiento rítmico de la canción que, junto a los corpulentos gorgoritos de Mercury, convierten lo que hubiera sido una expeditiva coreografía de slapstick, en una danza endiablada de chispas y porrazos.

I’m Going Slightly Mad (1991)

Para este video, Mercury adopta la expresividad de Conrad Veidt, el famoso rostro del cine mudo alemán (el mismo de “El gabinete del Doctor Caligari” y “El hombre que ríe”). Las imágenes, entonces, se tiñen de gris para complementar el aire post-punk y surreal del tema. El vocalista, esmirriado y frágil en apariencia, se luce enérgico y vital, y aunque la letra parece retratar su estado de salud, lo que observamos es algo distinto: una banda cómplice y orgánica, ansiosa de nuevas búsquedas creativas.

Somebody To Love (1976)

Dos fuerzas compenetradas por el aura de un hombre excepcional: Queen + George Michael. Y tan solo a unos metros, David Bowie, rindiéndose ante aquella mimesis de reflejo y verbo, o quizá alarmado al saberse testigo privilegiado de una auténtica posesión ultraterrena; porque, ¿cuántos intérpretes son capaces de recrear el registro físico y la sensibilidad irisada del ex-líder de Queen? Es casi una pregunta retórica y el video no deja lugar a dudas.  La ocasión es un ensayo para el concierto tributo a Freddie Mercury en beneficio para las víctimas del SIDA. Dicha tocada contó con la participación de intérpretes notables como James Hetfield, Elton John, Liza Minnelli, Axl Rose, Annie Lennox y los mencionados líneas arriba (hubieron muchos más). Sin embargo, es la ejecución de George la que logra invocar la fibra animal de Mercury. Por supuesto, hay un encuentro de espíritus afines en esas palabras que claman un anhelo cósmico en clave gospel: «Oh, no tengo sentido común / No tengo nadie más en quién creer / Oh, Señor / Alguien, puede alguien / ¡Puede alguien encontrarme a quién amar!». George Michael, también un espíritu en incesante contradicción, entendía, como Mercury, que el cuerpo se erige y se sostiene para un solo propósito: la acción, aquel gesto de la voluntad que da origen y sentido al hecho teatral por antonomasia: la vida misma.

The Show Must Go On (1991)

El penúltimo sencillo de la banda, con Freddie todavía vivo, es una crónica de los últimos días de su líder de facto. Su enfermedad lo había golpeado severamente, pero su voz se negaba a apagarse. El videoclip está construido a través de un collage que revela la naturaleza inmutable del artista: cual piedra firme y sin horadar, Mercury exhibe para nosotros un misterio inasible: los confines de la representación. Y aquel fuego, hoy, sigue abrasando: “Debo encontrar la voluntad para continuar… seguir… con el espectáculo… El show debe continuar”. Es un testimonio que construye en la bóveda celeste de nuestra melomanía al arquetipo sumo del artista. Sin embargo, el calor de su obra también nos descubre otra cosa, quizás más importante aún: aquel aliento tenaz de un hombre que fue y se supo hombre de verdad, que hizo de sus sombras y sus luceros el combustible para atizar la certeza de saberse vivo.

 

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