En Cinta Jueves, 11 octubre 2018

“Nace una estrella» (A Star Is Born) intenta definir qué es una estrella para la generación de hoy

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Escribe: Alberto Castro (IG: @mc_zorro)

Una joven talentosa quiere que le den una oportunidad de mostrar su arte y se le abre una puerta cuando conoce a un artista veterano, desilusionado del negocio y ahogado en alcohol, con el cual forma una relación tan nutritiva como tóxica y autodestructiva.

Aquella es la premisa sobre la cual se han apoyado las cinco películas que se han hecho de “A Star is Born” a lo largo de la historia. Desde su primera versión, titulada “What Price Hollywood?” (1932) en manos de George Cukor, hasta la más reciente que llega a las pantallas de cine de nuestro país esta semana. Ya sea usando como telón de fondo el star-system que dominaba el cine entre guerras en los 30s, el universo musical de los 50s, los festivales rocanroleros de los 70s o la fantasía pop de las últimas décadas, la historia lineal y sencilla que cuentan todas estas películas ha servido de excusa para que la industria del entretenimiento reflexione sobre sí misma, sobre el sueño prometido y la fama más nociva, sobre lo que el público espera de sus estrellas. Se busca descifrar qué es una ‘estrella’ para cada generación.

Es por ello el entusiasmo que existe detrás de su última versión. Desde que Clint Eastwood anunció que quería hacerla con Beyoncé como protagonista, hasta que el debutante Bradley Cooper firmó para grabarla con Lady Gaga en su primer protagónico en el cine. Es imposible saber lo que el octogenario realizador de “Los imperdonables” hubiera hecho con esta película, pero la “A Star Is Born” que finalmente se ha estrenado suma relevancia y una conexión potentísima con el mundo hipermediatizado y de apariencias efímeras en el que vivimos, gracias a la presencia de Lady Gaga, cuya figura y mito sirven de eje sobre el cual se articula todo. “A Star Is Born”, con todo y sus defectos y excesos -que los tiene, por supuesto- es la película ideal para definir a esta generación.

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¿Eres feliz en este mundo moderno?

Y es que Lady Gaga es imprescindible para leer esta película. La actriz y cantante, el fenómeno tan pop, moderno, artístico, kitsch y queer que arrastra consigo. No había otra persona que pudiera haber creado una Ally más actual, no por sus dotes actorales necesariamente, que tiene y seguirá madurando con el avanzar de su carrera, sino por el ‘personaje’ que creó fuera de pantalla y del cual ha sido tan difícil zafarse. Aquí la vemos sin maquillaje y sin fanáticos, cantando en un bar gay al lado de drag queens, donde pasa desapercibida: un agradecimiento, también, a una comunidad LGTBIQ que, incluso después de que se apagó la llama ultramediática de pretensión y pirotecnia que la volvió tan popular a inicios de la década, se quedó a su lado porque quería conocer a la chica que habitaba detrás de tanta máscara.

Los primeros 40 minutos de la cinta transcurren con la calidez del encuentro casual de “Weekend” de Andrew Haigh, apoyado en cotidianas conversaciones a la Linklater, con ese aire musical independiente de “Once”, con desparpajo, con irrupciones inesperadas de violencia, con mucha alma y nervio. Es aquí que se encuentra lo mejor de la película: en esas divagaciones sobre la fama y lo que te obliga a renunciar. Bradley Cooper nos regala el mejor papel de su carrera con un trabajo vocal espeluznante, con una voz grave que pareciera querer rendirse con cada palabra, que se lamenta de tanto, que inunda su pasado en misterio. Y una Lady Gaga que pareciera cuestionarse a sí misma, en ese dilema de tener que elegir entre la forma, el empaque, que opaca todo contenido que quiere salir del alma. Cooper como director sabe distender los tiempos, observar con sosiego, sorprenderse repentinamente y deslumbrarse en los momentos que corresponde, como aquel primer plano de Gaga en ese primer encuentro en el bar.

La secuencia en el estacionamiento es dolorosa en cuanto revela a dos personajes tan opuestos, pero tan similares en la soledad que cargan consigo: uno quisiera ser el otro, al menos por una noche. Y en ese sentido, todo lo que sucede desde ese momento hasta el primer concierto busca hacerlo posible. Es por ello que la canción ‘The Shallow’ y la escena en la que se canta frente a una multitud es tan poderosa: hay una doble catarsis, la de la primera vez sobre el escenario, saboreando una primera aprobación, y la de reencontrar aquello que se creía perdido, el arte en su forma más bruta, con potencial por explotar, con la inocencia de no saber lo que le espera.

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¿No te cansas de tratar de llenar ese vacío?

La segunda mitad se sumerge mucho más en el personaje de Jack y en las grietas que entreveíamos en la primera parte. Su alcoholismo, que está acercando su carrera al precipicio, se revela como una necesidad para sanar heridas, para tapar vacíos emocionales y tratar de olvidar la desconfianza que le genera la industria en general. En plena era dorada de la televisión y los antihéroes, este backstory, inexistente en las versiones anteriores, era necesario para comprender los excesos del personaje: porque no hay celos en la manera en la que sigue la carrera de su amada, sino preocupación, confusión, hasta llegar a la desesperanza y la decepción. Tanto en ella, como en sí mismo, al fallar en ese papel de maestro que se había autoimpuesto.

Y es que, otro añadido de esta versión de la historia, es ese cuestionamiento a la naturaleza del arte, de tener algo que decir y alguien que escuche ese mensaje, y de cómo la industria puede aprovechar y tergiversar ese sufrimiento para acercarse al público, para explotarlo comercialmente. Cooper se convierte en un observador que se desmorona desde la mirada, extendiéndose hasta su cuerpo, que se contorsiona en ebriedad e impotencia. Lady Gaga sigue interpretando a Ally, que empieza a convertirse en una suerte de Lady Gaga, con todo y la superficialidad del fenómeno, con todo y lo que la industria le exige que sea. Hay una visión bastante dura del negocio del entretenimiento que eleva a los artistas al nivel de superhéroes, pero se deshace de ellos una vez que han cumplido su propósito.

El problema de esta segunda parte es que se extiende demasiado. Es curioso, porque las cosas suceden una tras otra, acelerando el tiempo y las elipsis, para llegar al fatídico desenlace de la historia tal vez demasiado rápido. Pero no rápido por breve, sino porque se ha redundado tanto en la dinámica de ‘Ally cada vez se deja controlar más por la industria’ y ‘Jack mira horrorizado esto y se intoxica más’ que cuando finalmente alcanzamos el quiebre, sentimos que pudo suceder mucho antes. Se pierde la naturalidad con la que empezó todo, para avanzar a trompicones y tal vez poniendo demasiado énfasis en las críticas al sistema y lo que el público asume de sus ídolos.

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¿O necesitas más?

“A Star Is Born” es imperfecta, con unos primeros 40 minutos que se encuentran dentro de lo mejor que se ha visto en el cine en el año, y el resto lleno de desniveles que pudieron haberse manejado mejor. Pero no deja de ser un retrato singular y preciso de lo que sucede en el mundo del entretenimiento de hoy. Además, que Cooper y Gaga logran construir una química viva en la gran pantalla, y sonoramente la película es potentísima. Estamos, tal vez, ante el nacimiento de un nuevo clásico, una película con la cual futuras generaciones entenderán cómo pensábamos hoy.

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