En Cinta Miércoles, 13 diciembre 2017

«Jim & Andy» es un fascinante documental sobre cómo Andy Kaufman reencarnó en Jim Carrey

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Escribe: Rafael Flores Figueroa

Olvídense de Daniel Day-Lewis: he aquí Jim Carrey. El comediante canadiense surge de su semi encierro para participar en el documental «Jim & Andy», el cual da cuenta de un rol que fue más posesión demoníaca que interpretación dramática: aquel del comediante Andy Kaufman, para la cinta «Man On The Moon» de Milos Forman.

La analogía con el actor inglés no es antojadiza. Está claro que Day-Lewis es tan famoso por su talento superlativo como por sus prácticas interpretativas tras bastidores. La leyenda cuenta que se pasa el rodaje sin desprenderse de su personaje, adoptando su idioma, su vestuario y hasta sus manías. Carrey fue un poco más allá: él decidió (literalmente, según sus propias palabras) invocar el espíritu fenecido de Andy Kaufman para que este pudiera trasvasarse en su cuerpo, con el fin de reproducir su vida una segunda vez para su registro en celuloide.

Aunque el verdadero fenómeno es en verdad un efecto colateral: gracias a la decisión del comediante canadiense de registrar visualmente su experimento espiritista, la prueba de tal fantasmagoría existe. Al contrario de lo que ocurre con Danel Day-Lewis, aquí la leyenda sí resiste un cotejo de evidencias físicas (las cintas del detrás de cámaras). Era solo cuestión de tiempo para que aquel material viera la luz del sol. Que comience el show, entonces.

El genio dramático de Carrey quedó patente en «Man On The Moon», pero es esta cinta la que exhibe las consecuencias de venderle el alma al diablo. Al conjurar a un muerto y entregarle su carne, el artista queda transformado en un demonio de tres (o más) cabezas. Tony Clifton, Latka y el mismo Kaufman se apropian de su cántaro humano durante las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana, y a Jim no le queda de otra que esfumarse, dejando que sus colegas de producción (incluido el propio director) padezcan el acoso de las tres máscaras vivas. El resultado no solo es una descarnada aproximación al arte performático, sino también a la fantasía del desdoblamiento, la duplicidad, el simulacro, el embuste, la locura, la vanidad, la grosería y el ridículo.

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Y el espectáculo no acaba ahí. El acceso a dicho registro también le permite al autor realizar una extensa reflexión sobre su obra, la cual consiste en su propia figura. La sensación que produce esta experiencia es estremecedora: Carrey, teniéndolo todo, hace escarnio de lo suyo, y lo reduce a cero. Su gesto es desconsolador, pero fascinante: al observarlo, uno contempla la duda, la inseguridad, el patetismo y la vejez, pero también la posibilidad de estar ante un cuarto de espejos humano; ¿acaso no habrá quedado Carrey prendado del aura de Kaufman para seguir tomándonos el pelo? Es difícil no sospecharlo, especialmente al ver cómo se alternan aquellos ejercicios de reencarnación espontánea con los gestos abiertamente cínicos del hombre que alguna vez personificó al Acertijo.

«Jim & Andy» causa maravilla y estupefacción en disonante armonía. El relato que se desprende de la imagen es una gran broma de humor negro sin remate, acaso diseñada por el mismo Kaufman en complicidad fantasmática con su huésped. Un huésped consumido por la epifanía del ilusionismo, el arte escénico y (lo que es lo mismo) la magia. Eso es lo mejor de la cinta: ver a  la criatura Jim Carrey «recreándose» frente a la cámara. Es un instante que se prolonga los noventa minutos que cuenta el film, y se extiende más allá, mucho después de la caída del telón.

Esa particularidad es justo la que apunta el título original en inglés: «The Great Beyond». Una frase intraducible para la palabra, pero translúcida para la mirada, la cual tiene el privilegio de ver frente a sí al comediante, al fantasma y al demonio, uno y trino, riendo al unísono y a costa nuestra.

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