En Cinta Viernes, 1 septiembre 2017

«El viaje de Chihiro» es la obra maestra animada de Hayao Miyazaki que está de vuelta en cines

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Escribe: Vladimir Soriano Galarza

Hay películas de las que se ha hablado y alabado tanto, que intentar decir algo nuevo parece una labor redundante. Sin embargo, lo espectacular de «El Viaje de Chihiro» de Hayao Miyazaki es que siempre hay algo nuevo que decir. Y para cada espectador resultará una experiencia completamente distinta, por lo que quisiera contar (brevemente) cómo fue mi primer visionado de esta obra maestra de la animación. Yo vi esta película de muy niño. No me quedó del todo claro lo que sucedía en pantalla, pero algo en ella me atrapó desde la primera imagen hasta los créditos finales, los cuales devoré completo, ensimismado, sin poder detenerlos, luego de todo lo que había visto. Tratando tal vez de asimilar los detalles infinitos que embargan esta película.

La historia funciona como una libre y (aún más) desenfrenada versión de «Alicia en el País de Las Maravillas»: Chihiro es una niña de 10 años que no volverá a ver a sus amigos porque se está mudando de ciudad. En el camino, sus padres hacen una parada en una especie de parque de diversiones abandonado, el cual es realmente un portal hacia el mundo espiritual. Los padres, producto de su propio egoísmo y desinterés por Chihiro, se convierten en cerdos. Chihiro, con el horror y fascinación que el propio espectador siente, se ve atrapada en una casa de aguas termales que es frecuentada por dioses, demonios y criaturas mágicas.

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El principal enfoque de la película es la pérdida como parte del crecimiento. A Chihiro le duele dejar su antigua ciudad (una ‘muerte social’, representada por la imagen de Chihiro echada boca arriba tomando el ramo de flores) y, aunque nunca conocemos a sus amigos, es completamente comprensible, puesto que su reacción es propia de su edad. Chihiro cree que se ha convertido en una hoja en blanco, que debería aferrarse al pasado. Pero en el mundo espiritual, Chihiro se ve obligada a conseguir un trabajo para poder sobrevivir. La dueña de los baños, Yubaba, le da empleo como ayudante, pero a cambio se queda con su nombre y renombra a Chihiro como Zen.

«El viaje de Chihiro» no es solo narrativa visual en su máximo esplendor (recordemos la secuencia del tren fantasma), sino que aprovecha sus diálogos para establecer significados, símbolos y hasta ejes sobre los que la historia va a girar. No por nada una de las primeras cosas que se le dice a Chihiro al llegar al mundo espiritual, antes de que consiga el trabajo en los baños, es que nunca olvide su verdadero nombre. La película es una alegoría al paso de la vida, sobre cómo no debemos aferrarnos al pasado ni a quienes conocimos entonces, porque absolutamente todo es pasajero. Debemos aprender de nuestros errores, pero no atormentarnos por ellos. Y no debemos perder nunca la alegría y, sobre todo, nunca debemos mirar atrás.

Debo haber visto la película más de una docena de veces y siempre hay algo nuevo que descubrir en ella; siempre hay algo de lo que sentirse tan maravillado como en el primer visionado. Miyazaki nos regaló un filme que te toca de manera diferente en cada momento de tu vida, pero lo importante es que de todas maneras va a calar. Para mi se trata de la mejor película del estudio Ghibli, y es una suerte poder tenerla, luego de 14 años de su estreno en nuestro país, otra vez en nuestra cartelera.

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