En Cinta Jueves, 10 agosto 2017

Conversamos con Natalia Orozco, directora que registró el proceso de paz en Colombia para «El silencio de los fusiles»

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Foto: Midchel Meza.

Entrevista de: Alberto Castro (@mczorro)

El 2016 fue un año de incertidumbre en las urnas. Las elecciones en los Estados Unidos, el Brexit, la ajustada segunda vuelta en nuestro mismo país; todas nos hablaban de un mundo dividido, convulso, resentido; y los resultados de cada una de ellas no hicieron sino reforzar la inquietud de no saber hacia dónde avanzábamos.

Aquí, al lado, nomás, en Colombia, se vivió la firma de un esperanzador acuerdo de paz que luego sería refutado por un plebiscito, pero que igual significó un paso importante (que felizmente no se ha frenado aún) para terminar una guerra de más de 50 años entre las FARC, el Estado y los paramilitares que sembraron el pavor en las poblaciones más vulnerables. Resulta fascinante descubrir tantas similitudes y diferencias en aquel conflicto con el que vivimos hace un par de décadas en nuestro país, cuyas cicatrices siguen levantando polvo en la esfera pública. Y para hablar de terrorismo y de un Estado que se deslegitimizó, hay que notar las contradicciones que se dieron en ambos bandos y aprender de las causas que llevaron a la masacre.

Por ello es tan importante el estreno de un documental como «El silencio de los fusiles», de la periodista y documentalista colombiana Natalia Orozco, en el marco del 21 Festival de Cine de Lima. Se trata de un registro minucioso y de increíble acceso a lo que fueron los debates en pos de la paz en Colombia, un documental que ahonda en los grises de una guerra en la que, más que buenos y malos, hubo víctimas. Tuve el placer de conversar con la directora y esto fue lo que me comentó.


Como periodista, debes haber seguido de cerca el proceso de paz en Colombia, pero ¿en qué momento decidiste que esto debía convertirse en una película?

Yo no estaba cubriendo específicamente el proceso de paz, porque en ese momento yo estaba terminando la primera película que hice, un documental situado en Libia durante la caída de Muamar Gadafi. Estaba en una premiere en Corea, donde alguien me pregunta cuál era mi sueño. Yo llevaba 17 años viviendo fuera de mi país, siempre viajando y haciendo trabajos humanitarios, dedicándome a ser corresponsal de guerra en otros países. Y cuando se empiezan a filtrar rumores de que delegados del Presidente Santos y las FARC se estaban juntando secretamente en la selva, desde lo más profundo de mi sale una respuesta: yo soñaba con hacer una película sobre mi país transitando hacia la paz. Esa decisión me llevó a regresar a Colombia y a empezar mis acercamientos, inicialmente con los comandantes de las FARC que llegaron a Cuba, y después con los representantes del gobierno.

Para mí era claro que esta era la última gran apuesta que se podía hacer para terminar la guerra con las FARC, de una forma dialogada. Por el contexto nacional, por el contexto internacional y también por las condiciones y la relación de fuerzas que había entre el gobierno y la guerrilla.

Considerabas que era la última oportunidad. Si esto no funcionaba…

Yo creo que si esto no funcionaba, hubiéramos tenido muchos más años de desangre, porque si bien las FARC llegan debilitadas a la mesa de diálogo, seguían siendo un ejército con una capacidad enorme.

Lo que me gusta del documental es ese acceso que tienes, tanto del lado de las FARC como del lado oficial del gobierno. ¿Cómo lo consigues?

Fue un proceso duro, porque hay que tomar en cuenta que muchos de estos hombres y mujeres que vemos en la película permanecieron mucho tiempo en la clandestinidad, perseguidos, con alertas de la Interpol, el ejército y la inteligencia colombiana ofreciendo miles de dólares por sus cabezas. Entonces, cuando consiguen el permiso para estar en La Habana y ser parte de la delegación de paz, son personas que literalmente salen de la selva, donde ellos sobrevivieron no solo con su capacidad de moverse, sino gracias a algo que heredaron de su máximo comandante, Manuel Marulanda: la desconfianza. Ellos desconfían de todo. Y cuando yo llegué, representaba aquello que ellos siempre criticaron: una mujer más joven que ellos, una pequeña burguesa que había sido por mucho tiempo corresponsal de un medio al que ellos calificaban de derecha y al cual le pusieron dos bombas en algún momento. Fueron muchos viajes y conversaciones larguísimas, cuestionamientos míos hacia ellos y viceversa, sin concesiones, y al cabo de un año aceptaron hacer el documental.

Pero luego de eso, cuando intenté acercarme al gobierno, se había generado una idea de que yo quería hacer una película pro-FARC, lo cual es absolutamente falso. Entonces el gobierno tenía también desconfianza porque habían visto mis esfuerzos para acercarme a las FARC. Me tomó otro año conseguir su permiso y fue gracias a la intervención de Humberto de la Calle que logramos tener los dos lados de la historia.

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El documental trata de mantener una neutralidad, ¿cómo haces para dejar de lado los apasionamientos, siendo una ciudadana colombiana con una postura sobre los hechos? Hay un momento tenso en la película en la que te enfrentas a un líder de las FARC con respecto a las concesiones del acuerdo de paz

Yo le agradezco mucho a los colegas colombianos que vieron la película en el Festival de Cine de Cartagena y hablaron de una objetividad en el documental. Pero no es algo que busqué: por eso narro en primera persona y asumo todos los aciertos y desaciertos que tiene la película. Porque no creo que uno como periodista pueda despojarse completamente de su capital cultural, de sus propias vivencias y creo que este documental me permitió tener un punto de vista de autor. Obviamente, mi apuesta era la de darle la palabra a ambos bandos y dejar que se expresen, pero yo no escondo mis miedos, rabias, tristezas, frustraciones, cuestionamientos que me habitaron toda la vida, sobre el absurdo de la guerra, sobre los excesos que cometieron tanto la guerrilla como los paramilitres, como los militares; la corrupción del Estado y la indiferencia de la clase media y privilegiada colombiana, el dolor de los más vulnerables. Todo aquello que, de alguna manera, yo soy no podía abstraerse de la película. Y creo que cada colombiano tiene su propia historia y punto de vista sobre la guerra y el proceso de paz. Por eso creo que esta película es sobre cómo yo personalmente viví el fin de la guerra.

¿Cómo está Colombia en este momento?

Colombia, en este momento, es un país lleno de sentimientos encontrados, muy dividido, con gente que apoya y no apoya el proceso de paz. Pero, sin duda, asistiendo a un momento histórico que no todos los colombianos logran dimensionar. Hace tres años teníamos a nuestros campesinos enfrentándose a guerrilleros y militares, matándose, poniéndose bombas, secuestrándose, torturándose. Hoy, esas 8 mil personas que estaban enfrentadas desde la guerrilla y otros tantos jóvenes militares están los unos cuidándose a los otros, tratando de que la población civil apoye esta oportunidad de que ellos no estén condenados a seguirse matando, entre hermanos.

¿Crees que este documental pueda ayudar a la gente que está en contra de este proceso de paz, en las condiciones en las que se llevó a cabo, a aceptarlo?

Quienes se oponen al proceso de paz y las concesiones enormes que se le hizo a la guerrilla tienen sus razones y deben ser respetadas. El daño que hizo la guerrilla no ha dejado heridas que se van a cerrar, sino cicatrices en la historia de Colombia, como las que hicieron los militares y los paramilitares. Sin embargo, la gran alegría y satisfacción que tengo con este documental es que, cuando yo pensaba que iba a ser muy difícil llevar a las personas a las salas de cine porque sentía que había un desgaste con el tema, después de cinco años de hablar solamente de eso, se convierte en el documental más visto en la historia de Colombia en el circuito alternativo. Incluso personas seguidoras del expresidente Álvaro Uribe, quien se convirtió en el más ferviente opositor del proceso de paz, me han escrito, no con la rabia o insultos que a veces vemos en las redes, sino con un nivel de discusión muy sofisticado. Lo que sí me han dicho es que el documental aporta a una discusión más despolarizada. Si eso se logra y se sigue logrando, entonces haberle dedicado estos cuatro años al documental valieron la pena.

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Cada país de Latinoamérica ha tenido su época de violencia y su proceso de paz respectivo. ¿Cómo crees que este documental pueda aportar a la discusión más regional?

Yo tuve una entrevista muy dura en uno de los principales medios de aquí, porque el periodista me decía “pero es que claro que los malos son las FARC”. Yo sé que los daños que hizo la guerrilla en el Perú son gigantescos, heridas que tal vez nunca vayan a cerrar; pero creo que es importante entender que en una guerra no hay buenos y malos, sino que la guerra lleva a la condición humana al extremo. Y sobre todo, cuando dura en el tiempo, todos los bandos se degradan, haciendo a las poblaciones civiles vulnerables y víctimas de todas las violencias. Yo creo que este documental muestra que la guerra es mucho más compleja que esa visión de Walt Disney, norteamericana, de los buenos y los malos enfrentados: nos dice que hay que estar atentos frente a todos. Obviamente, si se degrada el Estado, que debe tener el control legítimo de la violencia, pierde toda posibilidad y todo derecho legal frente a sus enemigos. Si hay uno que no tiene derecho a degradarse es el Estado. Y este documental también demuestra que estos guerrilleros traicionaron su causa haciendo víctima a la población civil. Por eso van a tener que pagar con lo más difícil para un insurgente que atacó al pueblo, con la verdad.

El momento más emotivo del documenta llega cuando aparecen las víctimas en este proceso de paz. 

Ese es un gran misterio para mí: el perdón de las víctimas. Para mí ellos son los héroes de la guerra y si ellos perdonan, si están dispuestos a pasar la página, ¿qué tenemos que decir nosotros que no hemos vivido en carne propia la violencia? Ellos son el ejemplo más grande de humanidad y nobleza.

Y la clave creo que tiene que ver con la verdad: ellos solo quieren saber qué había pasado y, al haberlo vivido, querían que dejara de suceder, para que no hayan más víctimas.

Eso es una generosidad gigante. Porque uno lo primero que piensa es en la venganza de los muertos, pero lo que las víctimas quieren es que los otros no tengan más muertos que vengar. Para mí eso es un misterio, porque no sé si podría tener esa grandeza y generosidad.

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