En Cinta Sábado, 22 julio 2017

«Spiderman: De regreso a casa» funciona por su costado juvenil (y por Michael Keaton, por supuesto)

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Escribe: Rafael Flores Figueroa

El cineasta Jon Watts regresa al mundo de los disfraces con “Spiderman: De regreso a casa” (Spiderman: Homecoming). La cinta relata la vida escolar de un nuevo Peter Parker, ahora un pubescente muy impopular, quien tratará de conciliar sus deberes estudiantiles con su oficio súperheroico de vigilante arácnido y su condición de atracción folclórica neoyorquina; todo esto mientras acumula méritos para convertirse en un integrante más de los Avengers.

En su primera obra, “Clown”, Jon Watts narraba la historia de un ropaje mutante que convertía a su dueño en un payaso antropófago. Esta premisa le permitía beber del body-horror para hacer de su protagonista una figura grotesca y repelente, aunque de trazo atractivo y texturas múltiples. Pero el talento del cineasta no se limitaba a la intertextualidad cinéfila, sino más bien a la combinación de las partes que conformaban su cinta. Así, tal como hiciera Cronenberg con la criatura Brundle-mosca en su cinta de 1990, Watts se empeñó en dosificar los elementos de su cuento de horror para ofrecer un vehículo intrigante y entretenido, que se sustentaba en una cuidadosa dirección de actores.

Muchas de esas virtudes vuelven a aparecer en “Spiderman: Homecoming”. La economía narrativa permite que el relato se mueva con agilidad, y eso le sienta bien a esta mistura de cinta de superhéroes y de adolescentes. Porque para esta ocasión el escenario escogido es una preparatoria y un baile de promoción, como en tantos otros ejercicios emblemáticos del género. Sin embargo, Watts decide ir a contracorriente de títulos como “Las ventajas de ser invisible”, “(500) Días con ella”, “Sing Street” o la serie “13 Reasons why”. En aquellas, los directores emplean una plantilla similar a los guiones de John Hughes, donde los protagonistas, jóvenes frágiles e inadaptados, poseen cierta aura de mordacidad y cinismo que les garantiza un buen mecanismo de defensa contra sus congéneres. Claro, sin contar con la presencia obligatoria de la musa de ensueño que llega a complicar y a poner en orden la vida del héroe, y una banda sonora prestada de las obsesiones melómanas de Hughes, que termina de envolverlo todo en una evidente nostalgia ochentera de guiños post-punk.

Watts, en cambio, prefiere acercarse a lo hecho por Gregg Motola en “Adventureland” y “Supercool”, no solo en tono, estética y música (la archiconocida Blitzkrieg Bop empata de maravilla con los callejones de Queens), sino también en ejecución: si bien el protagonista no deja de ser un marginal, su conflicto principal no es el del cuestionamiento o la autoafirmación de esta condición, sino el de la consecución de la anécdota, es decir, el triunfo sobre los obstáculos que se avecinan en la historia.

Lamentablemente, a pesar del costado juvenil e híper movedizo de la acción, la omnipresencia de los efectos especiales se hace imperativa. En este caso, podría afirmarse que casi la totalidad de las escenas de acción son virtuales (incluidos los seres humanos). Es cierto que la tecnología consigue que la determinación de su falsedad sea casi imposible, pero, aun así, los decorados de estas secuencias no dejan de dar la impresión de ser pura circuitería computarizada, desprovista de cualquier ápice de plasticidad artesanal.

Acaso lo mejor resida en la elección de los intérpretes. Tom Holland y su collera de jovencitos rezuman encanto y vitalidad, además de una cualidad translúcida, gracias a la ausencia de aquella pose solemne y ‘cool’ que está tan de moda, y que abunda en la mayoría de ficciones modernas del mismo rubro.

Y por supuesto, está Michael Keaton. En un juego metadramático, el intérprete presta su talento para darle vida a Adrian Toomes, alias “Buitre”, insuflándole así nuevo sentido a esa mitología propia que empezó cuando se puso por primera vez la cogulla de Batman. Ahora, Keaton deshace la crítica sociocultural del “Birdman” de Iñárritu, y crea para esta cinta una ligera variación de aquel superhéroe alado que renegaba de su propia naturaleza. Pero este buitre es pragmático y eficaz; y, sobre todo, tiene un propósito básico, puntual y verosímil: darle movilidad a su compañía, a sus empleados y a su propia familia. El diseño de este villano remite a los microempresarios de la era actual, que buscan la formalidad y tratan de hacerse campo en una economía capitalista y ultra liberal que parece favorecer siempre a los mismos (las escenas donde conversa con Peter Parker son de una tensión escalofriante y muy concreta: he aquí un obrero que solo quiere que le dejen trabajar, aunque le cueste la vida). El rostro artero e implacable de Keaton es inquietante de verdad, no solo por la certeza y el nervio que posee el actor para sus gestos y sus acciones, sino también por esa materialidad inmediata de su fastidio, la frustración por la ausencia total de igualdad: esa es una sensación agria que trasciende la ficción y que vemos corroer por completo a la realidad, siempre, día a día, en los periódicos de Lima y de todo el mundo.

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