En Cinta Viernes, 14 abril 2017

Tienes que ver «Paris is Burning», notable documental sobre la escena drag neoyorkina de los 80s

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Escribe: Rafael Flores Figueroa

‘Es como cruzar a través del espejo hacia el país de las maravillas’, dice uno de los entrevistados de “Paris is Burning”, la famosa cinta dirigida por Jennie Livingston que fuera estrenada en 1990, valioso y seminal documento sobre la escena drag neoyorquina de bailes y pasarelas en los 80s. Aquella frase describe bien la experiencia, que podríamos terminar de redondear con las palabras que Pepper LaBeija sentencia en el film:

El baile es la palabra misma. Lo que sea que quieras ser, lo serás. En un baile uno tiene la oportunidad de mostrar su arrojo, su seducción, su belleza, su ingenio, su encanto. Puedes convertirte en lo que quieras y hacer cualquier cosa, aquí y ahora, y nadie te cuestionará. Yo vine, vi y vencí.

Pero hay mucho más. Las imágenes no solo capturan la dinámica de aquel universo que poco a poco acapararía la atención del mundo, gracias, en parte, a la exposición masiva que le proporcionó Madonna con su sencillo ‘Vogue’. Efectivamente, la otrora reina del pop concebiría su famoso tema inspirada por esos combates dancísticos, donde dos o más bailarines se batían en un constante intercambio de poses estatuarias, tránsitos de coqueta plasticidad y sofisticado glamour, rigurosísima precisión muscular y teatralidad exaltada.

Incluso, el vídeo que acompaña la canción, y que fue dirigido por David Fincher (el mismo realizador de “Seven”, “El club de la pelea”, “Zodiac”, “La red social” y “Perdida”), se encargó de poner en escena dichos duelos. El resultado es un hermoso trabajo en blanco y negro que reproduce en imágenes móviles algunas de las fotografías de Horst P. Horst, además de emplear un esquema similar de iluminación y composición del encuadre.

La canción nos interpela desde el inicio: ‘Strike a pose/has una postura’, canta una Madonna enfebrecida por la energía del voguing. La acompaña su cuerpo de baile del Blond Ambition Tour. Gráciles y armoniosos, son los bailarines quienes representan el atractivo principal. Nosotros los vemos posando y moviéndose con aquel tema, que provocaría que todos se rindan ante el magnetismo seductor de espíritu libertario que “Paris is Burning” nos devela tras bambalinas.

Porque el documental lo muestra desde la vorágine del escenario mismo. No vemos la recreación coreografiada del vídeo de Madonna, sino el registro real de los eventos. Asistimos a ese encuentro inusual que, créanlo o no, posee más de cien años de tradición (hay pruebas de su existencia desde finales del siglo XIX, donde las pasarelas solían llevarse a cabo en clubes privados, salones y cabarets, con regularidad y además con numerosa concurrencia). Pero aquí no observamos una danza uniforme ni cuidadosamente iluminada. El ánimo de competencia y el espíritu callejero espolvorean las pasarelas. Es una retórica física que se crea desde el entrenamiento, el talento, la improvisación y la voluntad. El baile se construye a través de la lucha corporal, se erige desde la autenticidad del gesto y se planta en el suelo con la fuerza de todo el cuerpo: tirante, prieto, presente.

Se impone la lucha de orgullos y personalidades. Y también de prestigio. Un prestigio que se adhiere al universo que el documental perfila con cuidado y claridad expositiva. Se alternan conceptos (palabas como realness, houses, children y legendary status no tienen correspondencia exacta en otro idioma y merecerían un glosario aparte) que dinamizan y sostienen aquellos espacios donde la única regla es saber hacerse ver siendo uno mismo.

Entonces, cobra relevancia un detalle decisivo: el documental se circunscribe a la movida de los ochentas, una época de efervescencias múltiples e interdisciplinarias, de confluencias multiculturales, y también de dimensiones funestas (el SIDA se había convertido en una epidemia, aniquilando inocentes por doquier). El marco temporal hace de los protagonistas figuras catárticas abriéndose paso entre la discriminación, el odio, la pobreza y el estigma de una enfermedad que no hace distinciones de credo ni de raza.

Para este cometido, Livingston pone frente a la cámara a profesionales, aficionados y simpatizantes. Y todos tienen algo que decir. La oportunidad es al mismo tiempo un vehículo testimonial que nos da luces sobre el estado de las cosas de aquella época: la mayoría conservadora ortodoxa y la política capitalista de Reagan convertía a los ‘extranjeros’ (no solo la comunidad LGTBI, sino también a los afroamericanos, a los inmigrantes y a los pobres) en ciudadanos de segunda, marginales por excelencia, los hijos olvidados de dios.

Nuevamente, Pepper laBeija da en el clavo:

Esta es la América blanca. Cualquier otra nacionalidad que no sea de los blancos lo sabe y lo acepta hasta el día de su muerte. Es el sueño y la ambición de toda minoría, vivir y verse tan bien como un blanco. Esa es la imagen de cómo ser norteamericano (…) Es la América blanca. Y cuando se trata de minorías (…), es el mejor ejemplo de modificación de comportamiento en la historia de la civilización. A nosotros nos han despojado de todo, pero aun así hemos aprendido a sobrevivir.

Y nada de eso ha cambiado, ni en América ni en la China. Y aquí, menos todavía.

PARIS IS BURNING, 1990. (c) Off White Productions.

PARIS IS BURNING, 1990. (c) Off White Productions.

Pero tan importante como el significado sociopolítico es la capacidad expresiva de las viñetas que captura el lente. La fiesta es colorida y vertiginosa, impetuosa y cimbreante. Los salones de baile, los rincones urbanos y los espacios íntimos rebosan vitalidad. Aún desde el testimonio agridulce y la textura áspera, las imágenes ostentan una riqueza plástica plena de calidez y emoción.

Así, escena memorable tras frase antológica, nos acercamos hacia el final, que se resiste a hacer caer el telón, mostrándonos en cambio un conmovedor montaje al compás de “Got to be real (Tienes que ser real)” de Cheryl Lynn. Familiarizados y encariñados con los protagonistas que acabamos de ver desfilar, posar y confesarse, solo resta una cosa más: bailar, bailar y bailar. Porque:

No tienes que cambiar el mundo. Es mejor disfrutar la vida. Cumplir con tus obligaciones y disfrutarla. Y si disparas una flecha y tienes la suerte de que llegue bien arriba, hurra por ti.

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