En Cinta Domingo, 19 marzo 2017

«Jackie» es una notable película que funciona como una desoladora marcha fúnebre

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Escribe: Vladimir Soriano Galarza

Desde el primer hasta el último segundo de la proyección de «Jackie» (Pablo Larraín, 2016), la sensación que penetra en el espectador es la de desconcierto. Un desconcierto planificado al detalle, ejecutado con un pulso magistral, de cirujano. Será una película poco convencional en términos narrativos, pero no sacrifica el dramatismo en pos de lo poético; al contrario, ambos elementos se complementan el uno al otro, apoyados en el ya característico sello visual del director chileno.

Y es que hay algo tosco, sucio y agresivo en todas las películas de Larraín. Ya sea para resaltar la incertidumbre, decadencia y halo de muerte que apresaba al país del sur durante la dictadura de Pinochet, retratada en «Tony Manero», «Post Mortem» y «NO»; o para inquietar con esa Iglesia malsana que protege a curas pedófilos en «El club». En el caso de «Jackie», su primera película en inglés, las imágenes granosas y la música fantasmagórica apoyan a una película que funciona como marcha fúnebre, al seguirle los pasos a Jacqueline Kennedy en los días posteriores al asesinato de su esposo, el Presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy, en 1963.

Simetría

Larraín es un director que le da prioridad a las sensaciones por encima de los diálogos o explicaciones, a las imágenes, sonidos y atmósferas por encima de los intrincados giros narrativos. Aunque aquí el hilo conductor sea una entrevista que se le realiza a Jackie poco tiempo después de la muerte y entierro de su esposo, el filme lo usa básicamente para estructurar sus temas y estados emocionales, más no para contar una historia lineal. Esta conversación se desarrolla en primeros planos, necesarios para lograr intimidad en una película donde la mayor parte del tiempo nuestra protagonista está rodeada de políticos, la prensa y la mirada del público, de espaldas, desenfocada, cercenada por planos detalles que exacerban el dolor. A destacar también el uso del formato 16 mm, delicadamente trabajado por el director de fotografía Stéphane Fontaine.

En lo visual, el peso de la película recae composición. En «Jackie», la simetría es un vehículo para denotar de forma implícita el vacío en la vida del personaje, en aquello que recuerda y en aquello que es expuesto públicamente, ambas cosas muy diferentes. Fontaine (director de fotografía también en «Captain Fantastic» y «A Prophet») realiza un trabajo magnífico y potente, pero extremadamente sutil. Los lienzos que nos regala son adrede simetrías incompletas, siempre con algún elemento faltante en la otra mitad de la pantalla.

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Recuerdos

«Jackie» es el seguimiento de un proceso de duelo especial. Uno mediático e histórico. Las dudas que tiene la protagonista son nuestras dudas también. Larraín presenta una humanidad desgarradora en el personaje de Jacqueline Kennedy, e indaga en los acontecimientos del 22 de noviembre de 1963 a través de flashbacks, para traer a la mente recuerdos recientes y dolorosos. Recuerdos que a su vez traen otros recuerdos, anteriores y posteriores a la muerte de JFK; una grabación de la Casa Blanca para la televisión, una gala, el cumpleaños del hijo menor de la pareja. Conversaciones, muchas conversaciones; y aún más momentos introspectivos.

Se trata de un biopic poco convencional, ya que no busca la redención de su protagonista o ensalzarla (y a su esposo con ella): al humanizarla, también nos revela sus demonios y obsesiones, esa necesidad de fijar la trascendencia del mandato de su marido y de mantener las apariencias, cuando por dentro su mundo (tan perfecto desde afuera, tan frágil y descompuesto desde el interior) se le ha venido abajo. No es casual que otro de los hilos conductores de la película sea ese reportaje que realiza desde la Casa Blanca, demostrando las remodelaciones que ha hecho en ella, regalándole algo de historia al pueblo norteamericano. Y es que la película nos habla sobre eso: sobre cómo se configura el imaginario popular. Sobre lo efímero de la existencia, frente a la eternidad de la historia.

John Hurt tiene una breve aparición en la película dándole vida a un sacerdote, en una de las escenas más memorables del filme: en contraposición al rostro duro que le ofrece al periodista, más bien con el cura nos revela su contraparte más atribulada, más sincera, más desolada. «Jackie» juega con estos espejos y paralelos para indagar aún más (sin pretender dar respuesta definitivas) en una de las figuras más enigmáticas del siglo pasado. 

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La actuación de Natalie Portman

Hay que aplaudir el trabajo actoral de Natalie Portman en esta cinta, puesto que sin su interpretación no sería la misma. El rango de emociones, a través de cuidadas posturas y gestos, que Portman transmite es más que admirable: hay algo de impostado y de real en todo, y es justamente esa cualidad la que construye el enigma que representa el personaje.

Su performance es una masterclass en sí misma y probablemente su mejor papel hasta la fecha. Y se trata de uno bien complicado, ya que la película no aspira al dramatismo exagerado; pero es en esa visión tan contenida de los hechos que logra crear una pesadumbre única, envuelta en desconcierto. Es muy difícil leer lo que está pasando dentro de la cabeza de Jackie en todo momento, pero a la vez Portman nos da atisbos de su situación mental o emocional, suficientes como para armar el rompecabezas.

«Jackie» no se limita a ser un simple biopic y le impregna una personalidad única a  una historia conocida: es desgarradora, sin caer en lo dramático, y se permite una planificación visual meticulosa y exquisita. Uno de los mejores estrenos que haya tenido nuestra cartelera comercial en bastante tiempo.

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