En Cinta Martes, 22 noviembre 2016

James Newton Howard es el compositor de «El sexto sentido», «The Dark Knight» y la nueva película de Harry Potter

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Imagen: Film Music Central

Imagen: Film Music Central

Escribe: Rafael Flores Figueroa

No se habla mucho de James Newton Howard. No es un compositor al que se le identifique fácilmente con un estilo particular, ni con una película específica. Digamos que tampoco es uno de los autores de cabecera de los tanques hollywoodenses; esos lugares están reservados para nombres como los de Hans Zimmer, Danny Elfman o Michael Giacchino. Incluso, compositores con menor experiencia en el campo de las bandas sonoras, como Trent Reznor y Gustavo Santaolalla, suelen generar más interés con su obra que el compositor norteamericano.

Pero no debería ser así. Porque James Newton Howard (nacido en Los Ángeles, el 9 de junio de 1951) es un artista camaleónico, flexible al punto de ser capaz de ocultar cualquier marca de estilo en favor de la creación de un acompañamiento musical funcional, a la medida de la cinta que acompaña. Se trata, entonces, de un factótum dispuesto a ponerse a órdenes de la ficción.

Sí, su música puede sonar edulcorada. Y sí, por ratos también puede ser rimbombante y trillada. Pero recordemos: el compositor angelino es un artesano de las bandas sonoras, un músico que cede sus herramientas, enmascarando arbitrariedades y lucimiento, para dotar a la película con una atmósfera sonora que la complemente y la enriquezca. ¿Pruebas? Veamos la lista de algunos de los títulos donde se ha involucrado: «Mujer bonita» (1990), «Glengarry Glen Ross» (1992), «Un día de furia» (1993), «El fugitivo» (1993), «La boda de mi mejor amigo» (1997), «El sexto sentido» (1999), «Colateral» (2004), «King Kong» (2005), «Diamante de sangre» (2006), «El caballero de la noche» (2008 – compuesto a cuatro manos con Hans Zimmer), «Los juegos del hambre» (2012), «Maléfica» (2014).

Imagen: Pure People

Newton Howard compuso la música de «The Dark Knight» junto a Hans Zimmer. Imagen: Pure People

Por supuesto, es una selección incompleta y caprichosa. Sin embargo, esa pequeña muestra es testimonio de que su trabajo ha acompañado una y otra vez a ese cine pensado para disfrutar en pantallas gigantes y con un balde de pop corn sin fondo al lado. Películas de pasiones desaforadas, desencuentros trágicos, héroes y doncellas de folletín, parajes exóticos y peligrosos, espectros que no son simples fantasmas, galanes que se convierten en monstruos y monstruos que en verdad son galanes, experiencias donde el espectador suele abandonarse a la aventura, al espectáculo, a la sensación múltiple y audiovisual.

A propósito del estreno de “Animales fantásticos y dónde encontrarlos”, la nueva cinta dentro del universo mágico-maravilloso creado por J.K. Rowling, es oportuno hacer un repaso por algunos de los trabajos, conocidos todos, de este hábil artesano, camaleón de todos los matices y comportamientos.

«El fugitivo» (1993) de Andrew Davis

Antes que los remakes, los reboots y los refritos se pusieran de moda, Andrew Davis se encargó de dirigir esta cinta de acción en clave de thriller, basada en la serie de televisión sesentera que llevara el mismo nombre. La anécdota cuenta la huida de un doctor, Richard Kimble (interpretado por un Harrison Ford dinámico y carismático, en pleno ejercicio de su fibra dramática), acusado por error de haber asesinado a su esposa. El desenredo de la aventura es placer culposo en estado sumo: la fórmula del asedio y el escape puesto en hombros de dos presencias robustas y antagónicas: Ford contra Tommy Lee Jones, quienes no perderán ninguna oportunidad para soltar frases memorables en una cinta donde todo es lo que parece.

Incluso la música de Newton Howard, que nos entrega una composición acerada, como los escenarios plagados de escondites y alcantarillas, y una fuerza sutil y modernizada (no se perciben instrumentos tradicionales, sino simulacros de ruidos provocados por sintetizadores).

«El abogado del diablo» (1997) de Taylor Hackford

La película preferida de los enlatados televisivos. En esta cinta, Keanu Reeves interpreta a un exitoso y joven abogado que, de pronto, recibe una oferta de trabajo jugosa para formar parte de la firma de John Milton, abogado ‘Supremo’ (interpretado por Al Pacino, haciendo lujo de sus mañas dramáticas con magnetismo encantador). Por supuesto, la carne sale con hueso. Este drama sobrenatural, que en verdad no es un drama, pero tampoco una comedia, aunque algunas escenas provocan risas nerviosas y cómplices (Al Pacino, Luzbel encarnado, divirtiéndose a sus anchas mientras seduce a hombres y mujeres con el poder de su labia), menos una película de tribunales (pero sí, varias escenas se suceden en el clásico estilo de los duelos entre abogados, en la corte y frente al jurado), ni una cinta de horror (aunque contiene pasajes  inquietantes, siempre haciendo uso de elementos cercanos a la culpa, la carne, el deseo y el sexo.); tiene un poco de todo y para todos los gustos.

La música, nuevamente, desaparece en la acción, encendiéndola, fortaleciendo su carga dramática y su poder sugestivo. Basta ver el vídeo de muestra, al ritmo de una melodía invisible que se torna enestridencia chirriante, donde Charlize Theron sufre un encuentro con un pequeño querubín: “¿Bebé, con qué estás jugueteando? ¿Dime, qué guardas ahí? –Nada, mami, solo tus entrañas frescas…”.

«Señales» (2002) de M. Night Shyamalan

El otrora engreído del terror hollywoodense tiene entre sus colaboradores más cercanos al músico californiano. Desde “Sexto Sentido” y “Unbreakable” , hasta las impresentables “La dama del agua” y “The Last Airbender”. Ambos han trabajado estrechamente y ni siquiera los fracasos consecutivos de Shyamalan han provocado la separación de músico y realizador, al menos no hasta el seudorenacimiento que este ha experimentado con “The Visit”, su película de horror del 2015, que le devolvió algo del honor extraviado.

Su colaboración para la cinta “Señales”, del año 2002, es un caso fuera de serie. Aquí Newton Howard decide ensayar una melodía, a la que añade vientos y cuerdas que se enfocan en subrayar ese clima pastoral y ultraterrestre de los campos de trigo acosados por presencias alienígenas. Es una cinta que sabe manipular con recursos propios del suspenso, y que, por esa misma razón, pierde la magia al final, cuando hace evidente el artificio. Sin embargo, la música, tanto como los actores que conforman la aventura (Mel Gibson, Joaquín Phoenix y un jovencísimo Rory Culkin), se entregan con actitud e ingenuidad conmovedora a este ejercicio de estilo que esconde a hombrecillos esquivos, viejos conocidos de las pesadillas de la Guerra Fría.

«Colateral» (2004) de Michael Mann

Michael Mann es un hombre que sabe de texturas, en la teoría y en la acción: ahí están esos juegos de luces, que parecen ser fuente natural, pero artificiales en su plasticidad; sus experimentos con distintos sistemas de registro, tanto digital como fílmico; sus alteraciones múltiples del género del cine policial y de acción; sus ensayos consecutivos en la dinámica del choque entre dos hombres, cada uno alejado del estereotipo que parecen cargar por culpa del nombre que los precede.

En esta oportunidad, Mann rescata al James Newton Howard que se iniciara en la escena roquera de los setentas para que construya la atmósfera musical de su nueva cinta, nuevamente poniendo a dos sujetos opuestos en medio del caos cotidiano provocado por el azar. Este devuelve unas canciones despojadas de embellecimientos, puro voltaje crudo que se tuerce ante el clima callejero del escenario: los bajos fondos criminales de Los Ángeles, iluminados gracias a esos faroles raquíticos del sardinel, que le brindan a la imagen una granulación digital opaca y ceniza, amarillenta y turbia. El rostro de Tom Cruise, sicario a sueldo de rostro pétreo y gris, gestualidad uniforme y letal, mira con detenimiento y regocijo el desenvolvimiento de sus planes. El acompañamiento sonoro exacerba sus crímenes, se desentiende de la sangre y se esmera por seguirle el ritmo al tambor de su arma silenciada.

«King Kong» (2005) de Peter Jackson

Aquí Newton Howard se empapa de varios espíritus. Por un lado, por supuesto, del de Peter Jackson, líder indiscutible del proyecto, el cual era un fetiche particular que guardaba desde sus primeros años como cinéfilo imberbe. De otro lado, retoma lo avanzado por Howard Shore, quien era el compositor original del remake. Al parecer, Shore y Jackson no pudieron encontrar un punto en común, lo que obligó al primero a abandonar la cinta. Algunos elementos del universo de Howard Shore se filtran en las atmósferas de Newton Howard; en especial, esos insertos sonoros etéreos, de vaivenes sinuosos y subrepticios, que asemejan texturas sedosas, quietas y turbadoras, similares a los telares de araña, tal como las melodías de los pasillos más lúgubres de “El señor de los anillos”, la anterior colaboración Jackson-Shore.

La música alcanza cuotas épicas, alternando entre la quietud, la dulzura y la espectacularidad más hiperbólica. El compositor le sigue el juego a la presencia monumental de Kong (disgregado primero, reconstruido después, interpretado y corporeizado por un Andy Serkis de arcilla humana), acompañándolo con una música que hace eco sin remilgos a la grandilocuencia sonora de John Williams y Danny Elfman, reyes del espectáculo contemporáneo.

El trabajo fue nominado para un Globo de Oro a mejor banda sonora y, aunque el compositor posee un sinnúmero de reconocimientos oficiales por su vasta obra, es un detalle adicional que demuestra cuán bien Howard sabe vestir las tradiciones, otorgándoles encanto y vigor.

«Nightcrawler» (2014) de Dan Gilroy

Dan Gilroy es un artista de oficio, tal como el compositor angelino. Se movió por gran diversidad de géneros, haciendo de guionista por contrato en proyectos tan distintos entre sí como “Freejack”, de 1992, deudora de una estética cyberpunk ochentera y desenfrenada, y “Chasers”, de 1994, una comedia militar de enredos dirigida con mano floja por Dennis Hopper. Su oportunidad para concretar un proyecto propio se daría en el año 2014, con la cinta “Nightcrawler”, el relato de Lou Bloom, un tipo con forma y costumbres de buitre (llevado a la vida por un Jake Gyllenhaal esmirriado, de mirada desorbitada, terrorífico y voraz), que de pronto se ve inmerso en el mundo del periodismo televisivo informal.

Como en “Colateral”, aquí Newton Howard evoca los destellos nocturnos y urbanos. Y qué bien le quedan. Imagen y sonido se vuelven un vehículo ionizado por el neón resplandeciente de Skid Row, el barrio indigente del centro de Los Ángeles. La cinta transpira dinero, óxido, muerte y orín, y nosotros atestiguamos el ascenso del protagonista en este asilo cotidiano, acompañado por un fondo de bucles computarizados, intervenidos por la abrasión de guitarras aleatorias y sacudones metálicos.

El compositor, diestro en los artificios, orfebre entre orfebres, consigue reflejar la mugre humana en la mirada platinada de alguien que no parece hombre, pero que lo es hasta el tuétano. Y la música es su espejo brilloso y perfecto. Esos ruidos sintéticos, al final, traídos a la vida por capricho de la magia virtual, son hechura nuestra, sórdida sublimación prohibida que nuestros cerebros bañan de neón.

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