En Cinta Lunes, 29 enero 2018

«The Disaster Artist» de James Franco es una comedia sobre dos hombres unidos por el fracaso

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Disaster-Artist

Escribe: Rafael Flores Figueroa

James Franco, como realizador, suele ser un tipo arriesgado. Basta ver algunos de los proyectos cinematográficos que ha emprendido: dos adaptaciones de novelas de William Faulkner y una de John Steinbeck, un biopic del ícono gay Sal Mineo, una recreación en clave docudrama de la famosa escena sadomasoquista extirpada de «Cruising», entre otros más. No sucede lo mismo con su última cinta, «The Disaster Artist», donde prefiere irse a lo seguro: narrar una singular historia de éxito personal, pero de una manera convencional. A pesar de esto, el resultado ha significado su mayor éxito, y por partida doble: como artífice tras la cámara y como artificio en frente de ella.

La cinta cuenta el detrás de bambalinas de la cinta «The Room», tomando como fuente el libro escrito por Greg Sestero y Tom Bissell (y que lleva el mismo título de la obra de Franco). Así, la puesta en escena nos permite acercarnos a la génesis de la realización de dicha película de culto, y también al hombre que le dio forma y personalidad: Tommy Wiseau.

Entonces, el cineasta emprende su obra adhiriéndose, sin mayores cambios, a lo recorrido por otros títulos de similar temática como: «Ed Wood» de Tim Burton, «Boogie Nights» de Paul Thomas Anderson, «Cantando bajo la lluvia» de Gene Kelly y Stanely Donen, «La noche americana» de Francois Truffaut, etc. Sin embargo, el tratamiento de «The Disaster Artist» posee mayor afinidad con el trabajo de Ben Stiller en «Tropic Thunder», y con los proyectos conjuntos en los que Franco ha participado de la mano de Seth Rogen, que con las complejas divagaciones en torno a la creación cinematográfica que representan aquellas obras mayores (dentro de las cuales se debe incluir, como gran hito del género y piedra angular del cine de siempre, a «8 1/2» de Federico Fellini).

Provista esa salvedad, cabe apuntar que el ensayo de Franco posee varias virtudes. En primera instancia está la ubicación de la historia, que nos permite adentrarnos a la maquinaria inclemente y voraz del mundo del espectáculo, un lugar de hermosos y malditos que premia solo la vanidad y el sometimiento. Luego, la recreación de la realización misma, que apila absurdos y despropósitos, todos ocasionados por la mano del protagonista. Por último, está el diseño del Tommy Wiseau de ficción, artífice y artificio de un universo recóndito e insondable.

No solo es la transformación física (que es lo de menos), ni la cuidadosa recreación de las afectaciones gestuales y vocales de Wiseau, sino el retrato de un personaje frágil, solitario, inquietante y ambiguo que, avivado por el amor (platónico o no) hacia su socio Greg (Dave Franco), decide liquidar parte de su fortuna para la consecución de un sueño improbable. A Franco no le interesa tanto congraciarse con el público como sí privilegiar el retrato de su particular vampiro mediterráneo, un villano reacio que todo el mundo insiste en emparentar con los hermosos monstruos románticos del cine clásico. Las escenas que comparte junto a Greg, acercándose u oponiéndose, son tiernas aunque incómodas y extrañas, y se empeñan por ahondar en la sombra y la intriga: la dinámica que ambos construyen no solo los hace víctimas de sí mismos, sino también del uno y del otro.

Es por eso que, salvo el final aleccionador, «The Disaster Artist» logra imponerse, primero, como una crónica voluptuosa del orden dentro del caos de las producciones audiovisuales; y segundo, como el reflejo impreciso y misterioso de la comunión entre dos hombres unidos por el fracaso, seducidos por las formas de sus máscaras públicas y privadas.

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