En Cinta Miércoles, 29 noviembre 2017

«La liga de la justicia» es una película inconsistente y torpe, en la que solo se salva la Mujer Maravilla

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Escribe: Rafael Flores Figueroa

«La liga de la justicia» (Justice League, 2017) llega sin su miembro más importante (Zack Snyder, el director) y su ausencia pesa. Esta aventura coral de los héroes de la DC cuenta una historia sencilla, que intenta pasar por compleja: tras la muerte de Superman, el villano Steppenwolf decide regresar a la Tierra para destruirla y cobrar venganza de los guerreros que lo derrotaron miles de años atrás.

Básicamente eso es todo lo que sucede en la cinta. Claro, también se cuenta algo sobre unas cajas madre, la supuesta venida de Darkseid, los conflictos internos de Atlantis, la huida de Luthor, su encuentro con Deathstroke y algunos bocadillos más; pero aquellos detalles están narrados tan superficialmente, que más bien lucen como torpezas propias de un guion que nunca terminó de cuajar.

Y ese es el mayor problema de este trabajo: la inconsistencia. El ingreso de Joss Whedon tras la partida de Snyder se traduce en cambios evidentes: ya no se siente más esa aura ultra-solemne, súper estilizada, exacerbada por las cámaras lentas, el barroquismo de los encuadres y las tonalidades frías de la imagen. Por el contrario, Whedon pareciera querer emplear una dinámica similar a la de sus trabajos para la Marvel: el ritmo, los diálogos y hasta el brillo de la fotografía se sienten distintos. La anécdota se mueve con agilidad (o quizá con prisa) y las metáforas judeocristianas y existencialistas se anulan para dar paso a un conjunto de causalidades que se escalan una tras otra, con el único propósito de unir a los justicieros enmascarados y hacerlos luchar contra un villano insípido y unidimensional.

El episodio anterior, «Batman v. Superman», era un ejercicio excesivo, sumamente irregular y hasta medio huachafo (esa es la marca Snyder), pero contaba con algunos apartados atractivos: el simulacro de un Jesucristo trasplantado en la figura de Superman; el diseño de un Batman fronterizo, cargado de rifles y whisky, acompañado de un Alfred malhumorado, de voz gutural y físico maltrecho; la coreografía de sendas secuencias de acción violentas, compactas y bruscas; y la imposición de un estilo personal, una marca de fábrica, recargada y ceremoniosa, la cual nos recordaba que estábamos ante una nueva obra de Zack Snyder (aunque eso no sea necesariamente algo bueno).

Pero «Liga de la Justicia» es otro cantar. Ni los enfrentamientos, ni los decorados, ni el acabado visual, ni los (terribles) efectos especiales resultan rescatables (el bigote de Henry Cavill tiene la culpa). Y por el lado de los intérpretes, salvo Gal Gadot (rebosante de fuerza y encanto, como siempre), ninguno sobresale. Ben Affleck, quien en la anterior cinta sorprendiera con un Bruce Wayne de registro reconcentrado y un Batman de gesto torvo, ahora se ha suavizado (Martha tiene la culpa): su andar es expeditivo, desprendido y laxo. Tanto su traje como su estampa se han reemplazado por otros, y estos (curiosamente) remiten a un personaje anterior de Snyder: el Búho Nocturno de «Watchmen», aquel héroe apático y aburrido que Alan Moore creara para su novela gráfica de 1987. Puestos uno al lado de otro, son dos gotas de agua.

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El antagonista (¿Lobo estepario?) también resta interés: un enemigo que es todo un adefesio y que además, gracias a sus arbitrarias ganas de destruirlo todo porque sí y a su apariencia verdosa y grotesca, me hace recordar al Rey Koopa de «Super Mario Bros.» (no al colorido monstrito de las consolas, sino la versión churrigueresca que Dennis Hopper creara para la película basada en el videojuego).

Entonces, el saldo es una película impersonal, desprovista de la sustancia de Zack Snyder y sin pizca del brío narrativo de Joss Whedon. Algunos dirán que es una lástima. Yo, más bien, afirmo: en Marvel no ocurre esto. ¿A qué se debe? Tal vez sea porque en sus fantasías, incluso en las más insustanciales y ramplonas, predomina un único tono (festivo, aventurero, liviano, lúdico) que asienta la identidad de sus imágenes. Con el universo DC, en cambio, resulta difícil recordar quién es quién y por qué está donde está. Y en ese grupo también caben los involucrados en la producción.

Ya ni la música se salva: ¿Acaso alguien notó que Danny Elfman compuso la banda sonora?

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