En Cinta Lunes, 21 agosto 2017

Celebremos la grandeza de Jerry Lewis, leyenda de la comedia a quien el reconocimiento siempre fue esquivo

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Escribe: Rafael Flores Figueroa

Tarantino lo dijo primero: ‘El día que Jerry Lewis muera, todos los periódicos de este puto país escribirán artículos llamándolo ‘genio’. Eso no está bien. No está bien y no es justo. ¿Pero por qué eso debería sorprendernos? ¿Acaso América ha sido justa alguna vez? Podremos acertar de vez en cuando, pero muy raramente somos justos’. La frase pertenece al episodio dirigido por el mismo Quentin para la cinta antológica de 1995, “Four Rooms”, y sirve de prólogo para la noticia que nos ocupa ahora: a sus 91 años, en su hogar de Las Vegas, Jerry Lewis cerró los ojos por última vez, para zarpar al éter y dormir en paz.

Picture taken during the 60s of US comedian, direc

Vivió casi un siglo, fue un realizador caleidoscópico y un maestro del arte gesticular, pero el reconocimiento oficial le fue esquivo siempre, y sus últimos años acaecieron en un clima de indiferencia blanda e injustificada. Cuánta razón tenía Tarantino. Y lo más irónico es que estoy a punto de cumplir su predicción: escribir sobre la filmografía de Jerry Lewis, llamarlo genio e invitar a todo el mundo a que descubra su grandeza, ahora que está muerto.

O mejor no. Quizá sea más productivo hablar solo de dos cintas, y que la voluntad de los interesados se encargue del resto.

“El profesor chiflado” de Jerry Lewis (1963)

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Se dice que es su mejor película (aunque ninguna tiene pierde) y las razones abundan. La anécdota toma prestado el relato de Robert Louis Stevenson, “El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde”, y le suprime el aura gótica e inquietante, para transformarlo en una comedia romántica desenfrenada y rebosante de fantasía. Jerry Lewis da vida al profesor Julius Kelp, quien tratará de ganarse el cariño de la rubicunda Stella a pesar de sí mismo: él es un científico torpe y de nulo carisma, que sin embargo creará un brebaje mágico para transfigurarse en Buddy Love, su reverso maligno de imagen colorida, para que lo posea a cambio de fama, fortuna y amor.

El intérprete Lewis aborda la duplicidad a través de un cuidadoso uso del leguaje corporal: compone atributos físicos opuestos para cada personaje, a los cuales dota de gestos y acciones minuciosas. Mientras que el científico sufre ataques neuróticos de una energía muscular anárquica, Buddy Love concentra su presencia con brío calculado, convirtiendo cada uno de sus tránsitos en el diseño perverso de un ansia concisa e impetuosa.

Por otro lado, el cineasta Lewis (se trataba de su cuarto filme) domina el huidizo oficio de la puesta en escena: escribe con los colores y los decorados, los desarma, juega con los artefactos de la ficción y los reacomoda para recrear la voluntad de su universo. Ese fue un principio recurrente y primordial que mantuvo durante toda su obra, y la marca de agua de su genialidad. Una sola escena basta de argumento: aquella donde el científico observa su objeto de deseo, recreándolo una y otra vez, y una y otra vez, hasta siempre. Todo es vianda para el celuloide: el tiempo se detiene y se vuelve, la escenografía se revela como embuste y los ruidos se convierten en aliteración de una imagen encubierta.

 “El rey de la comedia” de Martin Scorsese (1982)

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Ese rey de la comedia al que alude el título no es otro que Jerry Lewis, parece querer decirnos Martin Scorsese. Sin embargo, esta cinta (un guion original de Paul Zimmerman) cuenta la historia de Rupert Pupkin (Robert De Niro), un coleccionista de autógrafos y comediante amateur que sufre de alucinaciones lúcidas, en las cuales el famoso presentador de TV, Jerry Langford (Jerry Lewis), descubre su talento artístico y lo convierte en la nueva cara de la comedia contemporánea. Lamentablemente, la realidad de Pupkin es otra, y como no hay peor castigo que ser un payaso sin gracia, este resolverá como única solución el secuestro de Langford, para obligarlo a que le deje presentar su rutina en vivo y en televisión abierta.

Scorsese se vale de esta premisa para ejecutar un experimento inaudito: amordazar y maniatar el cuerpo de Lewis, despojándolo así de su principal recurso plástico. Pero la estampa del artista no pierde fuerza: aún en la inamovilidad y con el ceño arisco, su parquedad es vibrante y logra robustecer el desprecio que siente por todos los elementos que lo acompañan. Lewis sabe convertirse en un actor de sustancia, inexpresivo o reconcentrado, pero vivísimo. Y De Niro también está notable, construyendo una especie de copia en negativo del Jerry Lewis original, con un registro facial discordante y una corporeidad fracturada que se revela en cada intento fallido de hacer reír.

Pero la maestría de Scorsese se hace evidente en el uso de un encuadre quieto y depurado, a contracorriente de sus esfuerzos previos. Y también, en el aprovechamiento del gran Lewis, quien en esta cinta termina prefigurando lo que Tarantino promovería años después: la destilación de una corporeidad primigenia, el oscurecimiento del poder estelar y la sumisión entera ante el signo esencial de una teatralidad latente.

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