En Cinta Miércoles, 8 marzo 2017

«Fragmentados» es un efectivo thriller que funciona como ensayo sobre el arte de la actuación

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Escribe: Rafael Flores Figueroa

“Fragmentado” (Split) acaso sea un ensayo sobre el arte de la actuación antes que un thriller sobre un sicópata con trastorno de identidad disociativo. La nueva cinta de M. Night Shyamalan cuenta el secuestro de tres jovencitas por parte de un hombre que cambia de personalidad como si cambiara de sombrero. Él las encierra en una habitación que parece formar parte de un depósito subterráneo abandonado. Desde ahí, las adolescentes y las diferentes personalidades del captor entretejerán una macabra relación de presa y depredador, puesta en marcha para concluir en un festín caníbal con la llegada de un ente misterioso llamado La Bestia.

Shyamalan acierta en mantener un desarrollo sencillo enfocándose en dos escenarios: el del cautiverio de las víctimas -llevadas a la vida por Ana Taylor-Joy, Haley Lu Richardson y Jessica Sula – y el consultorio de la doctora Fletcher -interpretada por Betty Buckley-. En ambos veremos alternar dinámicas opuestas de similitudes estrechas: la del celador de las cautivas y la del paciente en sesión de sicoanálisis. Entonces, se llevará a cabo una danza de  ocultamientos, un intercambio de argucias verbales mediante el cual las dos partes, víctima y agresor, doctor y paciente, buscarán imponerse el uno sobre el otro. Digamos que el guion es efectista y que recurre a mecanismos trillados, pero es en la ejecución y en la puesta en escena esencial de Shyamalan que estas argucias cobran vida propia. Se impone su universo lúdico-perverso donde cada rincón esconde trampas peligrosas.

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Pero eso no es todo. Será a través de la sicoanalista que obtendremos luces sobre el mal que aqueja al secuestrador, aquel que le hace sentir que 23 personas distintas lo habitan. Aquí se perfila la verdadera intención del realizador, aquella que subyace bajo la apariencia de un thriller sicológico. Las explicaciones de la doctora sobre la condición del paciente aluden a un juego de máscaras antes que a una enfermedad, a la capacidad de la persona para mutar por dentro y por fuera, cambiando la voz, los gestos, el físico y hasta el pensamiento. ¿No son acaso esa lista de habilidades las mismas que profesa el actor? ¿No es esa cualidad mutante, transformista, performática e histriónica, la razón de ser de su oficio dramático? Esa facultad especular para trocar las máscaras como jugando a hacer caras ante el espejo es lo que logra James McAvoy, nuestro villano de teatralidad múltiple. Ahí reside gran parte del atractivo de la cinta: en ser testigos la maleabilidad del cuerpo y del rostro de McAvoy, en corroborar esa plasticidad dúctil que maneja a voluntad.

El resto es pura maña para la manipulación de las virtudes del género. El realizador sabe crear atmósferas de suspenso, disfruta con el manejo de las expectativas del observador. Se inventa soluciones para sus prisioneras y luego las desbarata. Inserta una protagonista con un pasado funesto, pero se resiste a convertirla en una heroína típica de los slasher de antaño. Un símil podría ser la Neve Campbell del “Scream” de Wes Craven, pero en clave baja y  taciturna.

Es un goce ver cómo las piezas se van desencajando y reacomodando para revelar poco a poco el misterio que se inserta ni bien se inicia la historia. Shyamalan no pierde tiempo con preámbulos y pasa directo al meollo de la anécdota, y la cinta se beneficia de ese accionar inquieto y expeditivo.

Y todo para que al final el realizador arruine el conjunto con su epílogo, desechando de un porrazo su sórdida mascarada y convirtiéndola en una fábula más sobre sujetos superdotados.

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