En Cinta Martes, 4 octubre 2016

La crisis de Woody Allen en 6 partes

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Imagen: Amazon

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Escribe: Rubens Juárez (@rubensyyo)

Llegó el día. Hace meses que Woody Allen y Miley Cyrus nos tenían ansiosos por ver el experimento que llevarían a cabo de la mano de Amazon, bajo el título de “Crisis in six scenes” y que por fin se estrenó el pasado viernes 30 de septiembre. Se trata del atrevido salto del realizador a la televisión o, más bien, al streaming. Uno muy particular, ya que Amazon no es Netflix, al que estamos acostumbrados a utilizar casi como un canal de televisión más, donde tenemos un sinnúmero de productos al que podemos acceder en una especie de zapping hiper moderno. A Amazon Prime, un servicio más nuevo y acotado, llegamos motivados por algún producto más específico, al que aún es un tanto difícil acceder y que supone un esfuerzo mayor (en dinero, sobre todo). Por eso quizá esperábamos que el producto sea bastante satisfactorio, como lo es la maravillosa «Transparent». Así de alto estaba la vara. La firma de Allen supone una motivación inicial, pero el producto necesitaba sostenerse por sí solo conforme superamos el piloto, porque aunque la serie viene en un formato corto de 6 capítulos de 20 minutos cada uno, significa una inversión de tiempo importante.

Amazon le dijo a Woody Allen: “Haz lo que quieras”

¿Cumple la expectativa?

Pecando de impertinente, hace tiempo que Allen no me sorprende realmente, y no lo culpo por ello: incluso los genios tienen sus límites. Sobre todo, porque soy totalmente consciente de la presión que ejercen las expectativas sobre cualquier artista. “Todos han escrito un libro, casi ninguno dos” se dice, y Allen tiene más de 30 productos a cuestas, así que dejémoslo en paz.

Dicho esto, analicemos su último trabajo a detalle.

Woody Allen no nos sorprende con su personaje, porque es el mismo de siempre: neurótico, conservador y rebosante de rabia contenida. A muchos les decepciona esto; otros, más realistas, aceptan que se trata de la huella eterna de una leyenda que es casi una marca registrada. El problema es que, siendo el protagonista, su personaje de Sidney Munsinger no es lo más interesante que se muestra en escena.

Tampoco lo es Miley Cyrus, con quien el director confiesa que tenía ganas de trabajar desde que la vio en Hannah Montana. Cyrus interpreta a Lennie Dale, una adolescente revolucionaria que es perseguida por la policía y que es la razón por la que la tradicional pareja octogenaria entra en “crisis”. Su actuación, a pesar de que debía ser sustancialmente diferente a la de su personaje de Miley Stewart (la versión del mundo real de Hannah Montana), resulta bastante cercano a él, con esa característica sobreactuación que pegaba bien con la tropa Disney, pero que aquí nos despega un poco de esta nueva propuesta. Tampoco ayuda que su personaje sea bastante plano, lo que resulta decepcionante tomando en cuenta que representa toda una revolución social en los 60s.

Imagen: Amazon

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El personaje que realmente cimenta los seis episodios es el de Elaine May, quien hace de la esposa de Sidney, Kay Munsinger, el único personaje querible en la serie. Esto porque es el único que se dibuja desde varios ángulos, lo que nos permite conectar con ella y comprender su arco de transformación.

La vemos como terapeuta de parejas, donde entendemos su desesperada necesidad por ver el lado bueno de las cosas. Lo que nos ayuda a entender lo paciente y devota que es con su esposo, un hombre que claramente tiene inicios de demencia senil. Pero también la conocemos en su círculo social, porque dirige un club de lectura formado por un grupo de amigas, con las que comparte su imperiosa necesidad de escapar de la monotonía cotidiana de los años 60s. Con estos argumentos por detrás, resulta obvio que Kay será la primera en tender la mano amiga al personaje de Cyrus, quien representa todo lo que su marido odia, pero que ella, casi en secreto, anhela ser.

Más allá de esto, no hay más que analizar en la serie. El personaje secundario de Alan Brockman, interpretado por John Magaroque se supone cae en las redes cuasi comunistas del discurso de Lennie, es inverosímil y caricaturesco, incluso para una comedia. Y ya adentrándonos en el género, la serie es inconstante en cuanto a efectividad. El piloto es el planteamiento de una película sin más, y no sirve de gancho. Más bien, podría no existir y iniciar la serie en el capítulo 2, el mejor de todos. Justamente porque tenemos algo de acción y no solo situaciones que sirven de excusa para los tradicionales diálogos de Allen, que no tardan en sentirse tediosos y hasta redundantes. Hay momentos graciosos sí, pero no siguen el ritmo que requiere un producto serializado, ni si quiera a la altura de los trabajos medianamente dignos de Allen.

No más televisión para Woody Allen

Imagen: Amazon

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Allen ya dijo que no pretende regresar a la industria de la televisión, porque tanto él como su equipo de trabajo la pasaron muy mal. Él mismo lo dijo en varias entrevistas: creyó que sería más sencillo, “porque se trataba de televisión”, pero al final “terminé trabajando tanto como si se tratara de una película”.

Y es que en realidad Woody Allen hizo una película de 120 minutos, que se separó en 6 episodios sin razón alguna, por capricho, por una exigencia de un formato que Allen no solo no supo aprovechar, sino que nunca entendió. El acercamiento de Woody Allen a la pantalla chica es un fracaso justamente porque no hizo televisión. Quizá llevado por un prejuicio inicial, y luego pillado por el descubrimiento tardío de lo que es un producto esencialmente diferente a lo que ha hecho durante tantos años.

Las series de televisión son un formato que encuentra en la fragmentación una razón potente, un sentido. La serialización sirve para abordar más ángulos, para generar más emoción, para preparar el terreno para un platillo final que usualmente no llegará después de 120 minutos, sino que en algunos casos se prolonga a una fecha incierta. El objetivo de una serie no es el final, sino el proceso. Por eso es tan importante armar una montaña rusa de emociones que se sustente en sí misma. De alguna manera, sus personajes forman parte de nuestra vida, nos acompañan, son todo menos fugaces. Ese trabajo requiere de un proceso de aprendizaje arduo y hasta de una cierta dosis de instinto, que los genios del cine no siempre llevan consigo. Como lo he dicho antes, esto no se trata de un simple traspaso de talentos del cine a la televisión, es más complejo que eso. Crisis in Six Scenes” es prueba de ello.

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