En Cinta Viernes, 16 septiembre 2016

«El engaño del siglo» es una película que se encarga de desmitificar a Lance Armstrong

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Imagen: StudioCanal

«El engaño del siglo» se estrenó apenas la semana pasada en nuestro país y ya la sacaron de cartelera. Una lástima. Imagen: StudioCanal

Escribe: Rafael Flores Figueroa

En “El engaño del siglo” (The Program, 2015) , Stephen Frears no se anda con rodeos. Parece que el realizador inglés de 76 años es un tipo expeditivo y su cinta da fe de ello. Esta vez, su mirada se centra en Lance Armstrong, el extraordinario ciclista que se hiciera famoso por una racha de victorias consecutivas, sobreviviendo primero un cáncer de testículo y posteriormente erigiéndose siete veces campeón del Tour De France (una de las competencias atléticas más prestigiosas a nivel mundial), desde el año 1999 hasta el 2005. La verdad saldría a la luz años después: la excelencia deportiva de Lance y compañía no eran fruto del entrenamiento físico, sino del diseño del sistema más complejo de dopaje deportivo conocido hasta ese momento. La película se convierte entonces en una crónica muy a tono con los tiempos actuales, donde una imagen sofisticada y exitosa es, a todas luces, más importante que cualquier disyuntiva moral: todo se vale, con tal de ganar.

El realizador parece emular el ritmo vertiginoso de una carrera de ciclismo y se despoja de todo efecto de estilo. No hay tiempo para embellecimientos, lo único sustancial es narrar. Pero, por el contrario, ese mismo detalle es el que imprime en la cinta un estilo singular: el corte seco, la resolución concreta, la frialdad, la eficiencia expositiva. La narración se siente vigorosa justo por su concisión, capaz de encapsular veinte años de historia en poco más de hora y media de metraje.

Imagen: StudioCanal

Imagen: StudioCanal

En el centro de la vorágine está Ben Foster, haciendo de un Armstrong hambriento de triunfo. Extasiado por su propia apariencia y su reflejo (una escena lo muestra en el espejo, perfeccionando su cinismo superlativo), él es, a todas luces, el villano de la película, porque miente, manipula y traiciona. Pero, ¿lo es? En un mundo donde el cuestionar se ha convertido en un oficio de marginales, resentidos sociales y desarraigados, la norma es la celebración de lo fabricado. Y eso es lo que hace Armstrong: fabricar la mentira y la ilusión, cosas tan indistinguibles la una de la otra.

David Walsh (interpretado por un Chris O’Dowd de mirada descreída) es el periodista dispuesto a probar la inautenticidad de los hechos, pero eso implica no ser parte de la celebración, y por tal, es rechazado. Porque, parafraseando uno de los diálogos de la cinta: “si no quieres llevar la fiesta en paz, mejor cállate”. Pero hay algo más peligroso. Y esto es, la disconformidad con lo establecido y lo socialmente correcto. Porque el rufián que nos compete no es cualquier rufián, sino un apuesto filántropo de sonrisa perlada, que da charlas de autosuperación, promueve una vida saludable (light, fat-free, zero, low-carb, etc, etc…), se dedica a los deportes y siempre ocupa el primer lugar. Definitivamente, nadie quiere que la imagen institucionalizada del éxito universal sea depuesta, a pesar de que todo sea un embuste.

Por tanto, la cinta tal vez pueda verse como un cuento moral, que devela una sociedad alcahueta y borracha por tanta frivolidad. Incluso, el personaje de Lance puede resultar por momentos maniqueo, en exceso hipócrita. Pero el realizador Frears sortea los facilismos y, en cambio, nos devuelve una historia que es, al mismo tiempo, un ejercicio de narración sobria e intrigante (se pueden contar al menos dos secuencias formidables que juegan con el suspenso y el posible descubrimiento del fraude, como las escenas del control antidopaje), un retrato crudo de un hombre consumido por la vanidad (nuevamente, Ben Foster, de gesto impávido, de modales gentiles, construye un villano superior a los de cualquier película de superhéroes) y una radiografía de nosotros mismos, materialistas manifiestos y orgullosos, devotos de la imagen y del dinero.

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