En Cinta Sábado, 30 julio 2016

7 bandas sonoras del maestro John Williams que tal vez no conocías

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Imagen: John Williams Composer

Esta vez no recordaremos ni «Star Wars», ni «Indiana Jones», ni «Superman»: toca hablar de algunas de sus composiciones menos celebradas, pero igual de fascinantes. Imagen: John Williams Composer

Escribe: Rafael Flores Figueroa

¡Soy un coleccionista de bandas sonoras! He coleccionado trabajos de grandes compositores desde las primeras ediciones, desde la primera vez que estas piezas llegaron a las tiendas de discos a inicios de los cincuentas. Por varios años, hubo como una sequía. Muchos de los grandes compositores, como Dimitri Tiomkin y Max Steiner, ya no escribían más. ‘Dimi’ estaba perdiendo la vista y Max murió en sus sesenta y tantos. Fue una enorme pérdida de música puramente sinfónica para el cine. Luego, cuando escuché “The Reivers” y “The Cowboys”, me dije -¡Dios mío, este hombre debe tener ochenta años! Pensé: he aquí un hombre de ochenta y tantos, que ha compuesto las mejores piezas de su vida; y fui a averiguar quién era este tipo… y entonces, conocí a este jovencito llamado John Williams. ¡Estaba maravillado, Dios mío, es un renacimiento, la música ha vuelto, está viva, aleluya!

Aquel testimonio no le pertenece a un músico, ni a un melómano, ni a un coleccionista de discos. No, aquellas palabras solo podían provenir de alguien plenamente enajenado por el encanto de la pantalla grande, es decir, un cinéfilo contumaz. Me refiero a no otro que el mismo Steven Spielberg. Sus palabras forman parte de una entrevista realizada a inicios de los ochenta, a propósito del estreno de “E.T. El extraterrestre”. El director hace referencia a dos westerns dirigidos por Mark Rydell, alrededor de los años setenta. Aquellas películas serían su primer contacto con la música del que después se convertiría en su principal colaborador (quien ha compuesto la música para todas sus películas, excepto tres), John Williams.

Imagen: Deadline

Este dúo nos hizo soñar despiertos tantas veces. Imagen: Deadline

En efecto, la música había vuelto. Y el espectáculo también. “E.T. El extraterrestre” fue la cinta más taquillera de la historia hasta ese entonces, sobrepasando incluso a “La Guerra de las Galaxias” (una ironía del destino si recordamos que, años antes, la cinta de Lucas había superado en taquilla a “Tiburón”, el primer hito en la historia de los blockbusters).

El triunfo superlativo de la película tiene multitud de aristas. Solo señalaré dos: la concisión narrativa de Spielberg, que reduce al mínimo las palabras para encadenar su historia en acciones concretas, un objetivo tras otro; y aquel alud sonoro de John Williams, una marejada sinfónica que no escatima texturas. Tratar de enumerar todos los instrumentos que participan es una tarea absurda: es como querer contar las estrellas. Mejor es gozar, abandonarse al placer de observar a aquellas personitas surcando los cielos en sendas bicicletas, meciéndose en la inmensidad plateada de la noche.

La pieza que acompaña los créditos es un telón de fondo del cual es difícil escaparse sin quedar desarmado, doblegado por la conmoción de sentir que uno empieza a despertar de un sueño, un cuento glorioso de amistad y rebeldía.

Hoy, ambos nos entregan una nueva colaboración: “BFG” (El Buen Amigo Gigante), adaptación del clásico infantil, concebido nada menos que por otro gigante (literalmente, medía casi dos metros): Roald Dahl, autor excepcional de maravillas literarias por doquier (“James y el melocotón gigante”, “El Superzorro”, “Matilda”, “Charlie y la Fábrica de Chocolates” y muchos, muchos más).

Que sea, pues, el pretexto ideal para repasar la obra de John Williams, responsable de devolverle al cine aquel aliento épico que Spielberg creía perdido. No era así, tan solo hacía falta reunir a ambos, narrador y músico, y dejar que la ilusión extraviada vuelva desde aquella linterna mágica, la luz que traza el camino del celuloide hacia la pantalla vacía, ahora llena de vida.

Pero esta vez la mirada no se posará sobre lo más conocido de su obra, sino sobre lo otro: melodías que por tiempo o por desidia han quedado ocultas. Eso sí, no dejan de ser grandes trabajos, que funcionan tanto en conjunto con la imagen, como independientemente. Es que la música de John Williams es así, poderosa, refulgente e invulnerable, como un meteorito a punto de estallar en el suelo.

1. “The Cowboys” (1972) de Mark Rydell

Esta cinta fue el primer acercamiento de un joven Spielberg al universo Williams: un espacio impetuoso, insuflado de vitalidad. La música seduciría definitivamente al cineasta, quien, dos años después, resolvería convencerlo para que colaborase en su debut para la pantalla grande. Al escuchar esta pista, no es difícil recordar los westerns a campo abierto de John Ford, con su amado Monument Valley como escenario de tantos encuadres memorables. La fortaleza épica de Williams estaba ya muy cerca de Max Steiner, quizá uno de sus primeros referentes cinematográficos. O quizá no, y tan solo era su forma natural de darle vuelo a la imagen, por medio de arreglos elocuentes y multitudinarios, añadiendo, a la ilusión de grandeza, movimiento y tenacidad.

2. “Sugarland Express” (1974) de Steven Spielberg

Spielberg deseaba para su historia melodías imponentes, colosales, que no dieran tregua a los sentimientos. El compositor neoyorquino, sin embargo, hizo lo contrario. Guitarras, percusión y una armónica fueron los instrumentos principales de esta parábola contracultural que habla sobre la paternidad, las subversiones de género y la libertad. Los inmensos ojos de una jovencísima Goldie Hawn terminan de darle forma a la personalidad de esta road movie excéntrica y agridulce, muy propia de una generación asolada por el desencanto de una guerra vesánica y mortal (Vietnam acabaría un año después, pero sus consecuencias poblarían el imaginario cinematográfico de artistas norteamericanos por mucho tiempo).

3. “The Eiger Sanction” (1975) de Clint Eastwood

Fue su única colaboración con el director californiano, y su primer intento para una cinta de espías en clave de thriller. Es una pieza atípica en el catálogo del compositor, profusa en estilizaciones que hacen uso de trompetas, chelos y hasta saxos. Si bien tuvo una recepción tibia en la fecha de estreno, era innegable la fuerza de las escenas de acción, en especial las que tienen como escenario a los Alpes, de acción estremecedora.

4. “La Furia” (1978) de Brian De Palma

Williams también puede ser inquietante y sórdido. En esta oportunidad cambia de piel para acompañar el universo de perversiones clandestinas de Brian De Palma. El silbido ultra terrenal que da inicio a la pieza es un theremin. Williams lo utiliza para aludir el advenimiento de lo perverso. Es como escuchar el siseo lejano de una serpiente cascabel, advirtiendo su proximidad. De Palma y sus imágenes de sordidez culposa y seductora encuentran un eco estremecedor en las melodías del compositor neoyorquino, buscando así recrear las atmósferas pecaminosas y de pasiones desaforadas de la dupla Hitchock/Herrmann.

5. “Dracula” (1979) de John Badham

Ni Bela Lugosi, ni Christopher Lee, ni Gary Oldman, ni Udo Kier, ni Klaus Kinski. El Dracula de Williams fue Frank Langella, un dandy siniestro, vampiro sofisticado de gestos felinos y voz penetrante, de barítono. El compositor se envuelve en tinieblas y nos brinda una melodía donde los vientos imitan a las cuerdas y viceversa, vibrando en intensidad creciente, luego reculando a la quietud, cual pantera en la sombra, ansiando devorar a su presa.

6. “Las Brujas de Eastwick” (1987) de George Miller

Si Lucifer es un hombre de muchos rostros, sin duda alguna Jack Nicholson es uno de ellos. La mirada torva de sonrisa feral que tanto lo caracteriza le calza muy bien a este demonio, que trata de hacer de las suyas con tres hechiceras hermosas: Cher, Michelle Pfeiffer y Susan Sarandon. Esta vez, el responsable de congregar el aquelarre es George Miller y, para esto, invoca a un John Williams corrosivo, que parece divertirse en el centro de la hoguera junto a todos sus cómplices, en un conjuro estrafalario, travieso y divertidísimo.

7. “Munich” (2005) de Steven Spielberg

La cinta más polémica y quizá la menos exitosa en la carrera del director nacido en Cincinnati. Con guion de Tony Kushner, Spielberg dirige con aplomo y ritmo trepidante esta historia de espías que ejecutan “La Ira de Dios”, operación de venganza del gobierno israelí sobre los terroristas responsables de la masacre de los Juegos Olímpicos de Munich, en el año 1972. Es una cinta compleja, que no condena ni absuelve, y que en su crudeza enarbola preguntas de respuestas veladas, imposibles. La sangre inocente no encuentra nunca un recipiente donde desmoronarse, solo la penumbra y el olvido. Los realizadores no quieren eso, y crean un documento inusual, desafiante. Williams, ya curtido por la experiencia, esboza una partitura esencial, despojada de toda pompa o brillo. La canción que cierra la película se vuelve sobre una melodía constante, acompañada de un piano que parece resignado a repetir las mismas historias homicidas, una vez tras otra, hasta concluir abruptamente, como un accidente propio de esas tragedias inducidas por el odio demencial de los apóstoles anónimos de la muerte.

YAPA: «The BFG» (2016) de Steven Spielberg

La película ya está en cartelera y la banda sonora ya puede escucharse. Este trabajo devuelve a ambos artistas al terreno de la fantasía, que conocen tan bien. Además, reúne a Spielberg con Mark Rylance, el singular espía soviético y antagonista excepcional de Tom Hanks en “Puente de Espías” del año 2015. Un detalle curioso sobre la música: en el segundo 0:55, Williams evoca la melodía que compusiera para la película de Brian De Palma en 1978 (La Furia), citándose a sí mismo a través de un extracto de diez segundos.

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