cine , En Cinta Martes, 10 mayo 2016

Con muchos reparos, «Locos de Amor» debe ser la mejor comedia que ha producido Tondero

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Imagen: Tondero

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Escribe: Rodrigo Bedoya Forno (@Zodiac1210)

Se pueden clasificar los proyectos de Tondero Films en dos grandes grupos (tal como lo hizo Miguel Valladares para una investigación en la que estoy trabajando): las películas de productor y las películas de director. En las últimas, la empresa le da el control creativo total al cineasta, respetando su voluntad artística. Tal ha sido el caso de “Magallanes” de Salvador del Solar“El elefante desaparecido” de Javier Fuentes-León.

Las primeras, en cambio, reposan en ideas de la misma productora, quien define y controla cómo será el producto final. El concepto, la narración y hasta los actores son definidos por Tondero, productora que contrata al director que considera más solvente para realizar el filme. En el caso de “Locos de amor”, la última cinta de productor de la empresa, la labor recayó en Frank Pérez-Garland, quien dirige su tercer largometraje con este relato coral en el que los personajes expresan sus sentimientos a través de distintas canciones.

Los primeros minutos del filme nos pintan la cancha, planteando las situaciones y los estados emocionales de cada personaje. El problema está en que casi todo ese planteamiento resulta demasiado explicativo: cada uno de los personajes va recitando, casi de paporreta, sus estados de ánimo, como si no hubiera otra manera de que quede clara la dinámica del relato que a partir de la palabra. Y, así como comienza, la resolución de la película deja un sinsabor mayor: las situaciones se cierran de manera apresurada, sin que podamos ver una progresión de cómo y por qué los personajes tomaron las decisiones que permiten concluir la historia.

Es en esos momentos, acaso, donde el uso de las canciones resulta el menos logrado, se convierten casi en un decorado, en un recurso que parece sacado de la manga para concluir de alguna forma las líneas narrativas abiertas por todas las historias. Las canciones terminan explicando aquello que la película no ha sabido hacernos sentir con su puesta en escena.

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Imagen: Tondero

 

Y ese, quizá, es el gran debe de las películas de productor de Tondero Films: todas resultan demasiado apegadas a un concepto, a una anécdota, a un guion que va dirigiendo las historias pero que no se enriquece a partir de un trabajo de puesta en escena que permita que sintamos las emociones que están expresadas en el papel. Se trata de películas que, con solvencia técnica, ilustran situaciones, pero que nunca despegan de ese punto.

Esto hace que, muchas veces, los personajes se queden en meros arquetipos. Algo que en “Locos de amor” se siente en especial con los personajes masculinos, que tienen reducidos matices y que se van definiendo a partir de repeticiones de ciertas ideas que son expresadas, de nuevo, a partir de la palabra. Esto se hace evidente, por ejemplo, en el personaje de Carlos Carlín y su repetición de fórmulas de autoayuda. A punta de repetir el mismo chiste una y otra vez, el personaje va quedando como una caricatura, lo que a la larga le quita fuerza.

Dicho todo esto, “Locos de amor” es quizá la mejor de las comedias producidas por Tondero Films. ¿A qué se debe? Pues, para comenzar, al trabajo de las actrices principales (Lorena Caravedo, Jimena Lindo, Rossana Fernández-Maldonado, Gianella Neyra y Ana Cecilia Natteri), quienes consiguen darle vida y gracia a ciertas situaciones que dependen, en gran medida, de la labor actoral, como el momento del brindis.

Además, en algunos momentos, el filme consigue transmitir, a partir de silencios y gestos, las emociones de sus personajes con consistencia. Tres momentos en específico: la tensión sexual entre Nicolás Galindo y Lindo, el primer beso entre Neyra y Giovanni Ciccia y el encuentro en la cocina entre un triste Carlos Carlín y Natteri. Las virtudes señaladas tienen que ver, acaso, con uno de los méritos que tiene Pérez-Garland como director: la capacidad para trabajar con sus actores y sacar de ellos, a partir de la contención, emociones genuinas.

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