cine , En Cinta Miércoles, 24 febrero 2016

«La Chica Danesa» y «Carol» son dos importantes propuestas de temática LGTB, pero con resultados dispares

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Escribe: Alberto Castro (@mczorro)

«La Chica Danesa» (The Danish Girl) y «Carol» son dos películas que tienen como protagonistas a personajes LGTB y que se encuentran en nuestra cartelera en este momento. La primera, cinta del inglés Tom Hooper, nos cuenta la historia de Lili Elbe, mujer transexual que se sometió a una operación de cambio de sexo en los 30s. La segunda, de la mano del norteamericano Todd Haynes, retrata una incipiente relación lésbica entre una mujer en pleno proceso de divorcio y una joven dependienta de una tienda descubriendo su identidad sexual. Dos películas que hacen evidente la creciente presencia de la temática LGTB en el cine del mundo, pero con resultados dispares. Y es que el tema no debe serlo todo.

Imagen: Working Title Films

Imagen: Working Title Films

Allí es donde falla «La Chica Danesa», en esa noción de película de gran mensaje, del retrato de un héroe intachable para toda una población marginada, de pionero de la libertad sobre el cuerpo. Tal como sucedió con «El Código Enigma» (The Imitation Game) el año pasado, esta película prefiere no ahondar demasiado en el conflicto psicológico de su protagonista y más bien centrarse en las circunstancias dramáticas que expele hacia su entorno. Es así que el personaje de su esposa, interpretada por una Alicia Vikander que prefiere la sobriedad, es el real centro de atención de la cinta. Desde su punto de vista es que nos topamos con una historia de amor incondicional enfrentado a obstáculos, que sigue la misma estructura básica de cualquier novela de Nicholas Sparks. Es más, la película toca el tema de la transexualidad tan a la distancia, tan superficial y anecdóticamente, que pareciera considerarlo una anomalía que debe ser tratada con precaución, cuando es algo mucho más complejo que eso.

Es una lástima que «La Chica Danesa» se complazca tanto con el mensaje políticamente correcto, con el melodrama edulcorado, con el preciosismo de sus imágenes sin mayor intención, cuando en esta época ya hemos gozado de exploraciones más reflexivas del tema (de la sexualidad, del género, del cuerpo y del amor) como las de «Hedwig and the Angry Inch», la serie de televisión «Transparent» o la introspectiva novela autobiográfica «El Enigma» de Jan Morris. En esa línea, la performance de Eddie Redmayne se siente impostada, en exceso ingenua, casi vacía cuando se acerca a los costados más grises de su personaje: se convierte en un ser que necesita de la ayuda de todos para encontrarse a sí mismo y que debe quedar inmaculado para convertirse en el rostro de una causa. Esa necesidad de hacerlo el portador de un mensaje más grande que él mismo afecta el desarrollo de las acciones en la película.

«La Chica Danesa» pudo ser una exploración al interior de la mente de una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre, tanto como la crónica de la vida de Lili Elbe y Gerda Wegener, personajes de matices bastante diferentes a los que plantea la cinta (aquí un texto que lo explica clarito). Por lo cual es una lástima que haya optado por el camino más sencillo, más condescendiente, pasado por agua tibia. Lo peor es que intente reducir un tema tan complejo a un accidente, y a toda a una comunidad a simples víctimas, que si bien lo son aún en estos tiempos de intolerancia, a eso únicamente no debería reducirse una película.

Imagen: StudioCanal

Imagen: StudioCanal

«Carol» se ubica al otro extremo y por eso triunfa su propuesta. No le interesa dar un discurso sobre el lesbianismo, sino mostrarnos las circunstancias que construyen, desestabilizan y separan a una pareja: el amor como motor que propicia el cambio, como estado maleable imposible de contener. Se trata de una película cuyos personajes nunca encuentran respuestas definitivas, no alcanzan resoluciones absolutas, ya que la vida es así: irresoluta. Aquello le añade verdad a su relato. Un amor prohibido como tantos otros, pero cuyo desarrollo no está sujeto a las restricciones morales de una época (la película se sitúa en los 50s), sino a la inconformidad con el estado actual de las cosas, con la situación de uno mismo frente a las perspectivas de vida.

Y es que Cate Blanchett interpreta a una mujer aburrida de su matrimonio que se enfrenta a un complicado proceso de divorcio, mientras que Rooney Mara es una joven que no está segura de lo que quiere hacer en la vida exactamente, atrapada en una tienda cuya banalidad la abruma. Ambas tienen un hombre al lado, una pareja que les ha construido todo un camino por delante para alcanzar la felicidad más idílica, esa de la familia con hijos y la mujer atrapada en su universo social. De ese estado asfixiante es que ambas protagonistas intentan escapar a la hora de conocerse la una a la otra, lo cual desatará la pasión, en un proceso de descubrimiento de nuevas posibilidades, de nuevos rumbos: tanto de la mujer mayor que ve a la joven como aquel momento perdido de su vida, mientras la menor ve a la otra como la voz madura que le dice que nunca va a terminar de entenderlo todo, que simplemente debe vivir. Se trata de un romance en el que ambas pudieron haberse escapado con otro hombre y se hubiera dado lugar a otra historia igual de contundente; pero al añadirle el affaire entre dos mujeres, se le agrega un contexto histórico y social que eleva los riesgos.

El director Todd Haynes cuenta con soltura y aplomo una historia de amor fascinante, un relato que ingresa a sus universos personales y nos revela la historia de vida de cada una, dejando claro las circunstancias que las llevaron a estar en esa situación de incomodidad con su entorno y a enamorarse del escape. La fotografía de Edward Lachman hipnotiza con su lirismo, con su fijación en los detalles, con la composición de imágenes borrosas (la poca profundidad de campo y los lentes largos juegan un papel importante) que se definen mientras cada una encuentra su nuevo rumbo. El guion que construye Phyllis Nagy es digno de estudio, y si bien Blanchett está estupenda, como siempre, es Mara la que se roba cada segundo en el que aparece en la pantalla, exudando miles de lecturas con el más sencillo gesto o mirada. «Carol» es una obra maestra con todas sus letras, una película de tono clásico como ya no las hacen. Y una película en la que el mensaje o tema no importa tanto como la historia que se cuenta y los personajes que la viven.

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