cine , En Cinta Viernes, 29 enero 2016

Sobre «No Estamos Solos» y el problema del terror peruano

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Imagen: Difusión.

Imagen: Difusión.

Escribe: Ernesto Zelaya (@ErnestoZelayaM)

«No Estamos Solos» de Daniel Rodríguez Risco es la más reciente propuesta dentro del cine de género en nuestro país; tras dos semanas en cartelera, unos saludables 200,000 espectadores confirman que al público peruano le gusta saltar en el asiento.

Rodríguez Risco inició su carrera con «El Acuarelista», un drama de carácter íntimo y personal que desafortunadamente tuvo un tibio recibimiento. Luego de eso volvió con «El Vientre», un thriller psicológico hecho de manera clásica; Vanessa Saba nos entregó una desequilibrada villana que nada tenía que envidiarles a otras psicópatas como Kathy Bates en «Miseria» o Rebecca de Mornay en «La Mano Que Mece la Cuna».

«El Vientre» estaba muy bien hecha y su intento de generar atmósfera y tensión fue más que aceptable; el problema estaba en la familiaridad. Básicamente, seguía al pie de la letra los códigos de su género y cualquiera que hubiese visto más de un thriller podía adivinar para donde iba la trama. Algo similar sucede con «No Estamos Solos».

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Vanessa Saba en el set de «El Vientre». Imagen: Difusión.

La trama es sencilla y de hecho ya la conocen: Marco Zunino se muda con su nueva novia, Fiorella Díaz y su hija, Zoe Arévalo (el tipo de personaje infantil insufrible y malcriado, aunque esto no es para nada culpa de la joven actriz) a una de esas casas remotas y macabras donde nadie pondría un pie en la vida real. Pronto una presencia fantasmal hace su aparición y la familia pide ayuda a un sacerdote, que resulta ser el personaje más carismático de todo el film y solo por estar interpretado por Lucho Cáceres, siempre la mejor parte de todo proyecto donde aparece.

Básicamente estamos ante una nueva versión de «El Exorcista», con Cáceres como el Padre Merrin criollo y Díaz llevándose la peor parte como la Regan McNeil de turno (aunque no le hacen vomitar arvejas o hacer cosas innombrables con un crucifijo). Pero eso no es todo: se dejan ver influencias de «El Conjuro», «El Aro», «Poltergeist» y prácticamente cualquier película sobre casas embrujadas que uno pueda nombrar.

Rodríguez Risco muestra un trabajo técnico de primer nivel donde se le ha prestado atención a todo detalle; de nuevo, el gran problema de la película es su familiaridad, el que uno puede adivinar todo lo que se viene sin temor a equivocarse. Esto parece resumir el estado actual del cine de terror en el Perú.

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«La Cara del Diablo» recurrió a la figura del Tunche para infudir terror. Imagen: Star Films.

El cine peruano, al menos en su faceta comercial, se encuentra en este momento en una etapa de prueba, aquella donde los cineastas están probando todo lo que se les ocurra – vehículos de lucimiento para cómicos, cintas policiales Serie B pero sin la violencia y sexo gratuitos, películas exploitation disfrazadas de dramas morales – para ver que funciona con el público. El cine de terror no es la excepción.

Los directores que en este momento están probando suerte en el género básicamente están adoptando las mismas fórmulas que el cine de Hollywood viene aplicando desde hace años, las mismas que podemos ver semana a semana en nuestra cartelera gracias a una infinita cantidad de relatos sobre demonios, fantasmas y casas embrujadas; no es de extrañar que sus pares peruanos se nos hagan tan familiares.

Aún no se puede hablar de una ‘identidad’ para el terror peruano. La excepción son las cintas hechas en provincias, que se acercan más a nuestra cultura gracias a la incorporación de criaturas folclóricas como el pishtaco o el jarjacha. A veces, ni siquiera estas películas pueden librarse de las fórmulas; «El Tunche» de Nilo Inga, por ejemplo, no es más que «Viernes 13» con el monstruo del título reemplazando a Jason Voorhees y la selva peruana en vez del campamento Crystal Lake. Lo único que le falta a estas películas es ser vistas por un público más masivo: al menos aquellas intentan diferenciarse, mientras que «No Estamos Solos» apuesta por la universalidad.

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«El Tunche» de Nilo Inga. Imagen: Captura de Youtube.

El terror peruano está en pañales, así que la familiaridad es natural; no se les puede culpar a los directores por su apego a las fórmulas cuando el público parece responder. Pero también podemos esperar que haya una evolución. En algún momento los cineastas deben dejar de abusar de los jump scares, aquellos momentos abruptos acompañados de un estallido musical cada vez que alguien voltee a ver algo o se pasee un gato por la escena, entre otras perlas; una manoseada técnica que irrita más que otra cosa. Y ojalá que en algún momento ya no sea necesario promover la película resaltando a cada cara conocida que aparece (mención especial para los faranduleros de nuestros realities), aún si se trata de un cameo o papel de extra. La sorpresa de ver a Jimena Lindo en «No Estamos Solos» convertida en Samara Morgan hubiese sido aún mayor si no la anunciaban a los cuatro vientos. Luego, bostecen y probablemente se pierdan del “papel” de un desperdiciado Fernando Bacilio.

«No Estamos Solos» no es mala, pero no hace más que repetir una fórmula vista mil veces antes, algo que ya empieza a aburrir; señal de que al cine de terror nacional aún le falta evolucionar. Solo falta que los realizadores encuentren la manera de innovar.

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