En Cinta Jueves, 18 junio 2015

Un día como hoy hace 30 años se estrenó «La Ciudad y los Perros», clásico de la historia del cine peruano

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Escribe: Kathy Subirana* (@Catalina_)
Imágenes de: ArkivPerú

“¡No me mire cadete! ¿Quiere que le regale una fotografía mía calato?” dijo el teniente Gamboa a la tropa y se aseguró un buen lugar en la historia del cine peruano. La frase más memorable de la película «La ciudad y los perros» no aparece en la novela original, pero eso no importa. Quedó perfecta.

«La ciudad y los perros», la película, se estrenó en Lima hace treinta años: el 18 de junio de 1985. Fue el cuarto largometraje de Francisco Lombardi y el segundo en el que adaptaba una obra literaria. La película fue reconocida nacional e internacionalmente: en Lima, estuvo más de 10 semanas en cartelera, mientras que fuera del país, la película fue seleccionada para la Quincena de Realizadores del prestigioso Festival de Cannes y obtuvo el trofeo al Mejor Director en el Festival de San Sebastián; en total el filme se llevó cinco reconocimientos internacionales.

La novela de Mario Vargas Llosa es igual de importante y celebrada. Consiguió dos premios, el Biblioteca Breve de 1962 y el Premio de la Crítica Española en 1963. La novela se publicó en 1963, y en el año 2013 Alfaguara lanzó una edición conmemorativa que incluyó una serie de artículos de análisis sobre la obra.

Antes de permitir la adaptación al cine de «La ciudad y los perros», el escritor había supervisado cómo se llevó a la pantalla «Los Cachorros» en 1972, y él mismo participó en la (primera) adaptación de «Pantaleón y las visitadoras al cine» en 1975. Esta tercera adaptación de una novela suya quedó en manos de Lombardi y de José Watanabe, responsable del guión. Y todos quedaron contentos con el resultado.

La adaptación, la pelea, el éxito

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«La ciudad y los perros» es la historia de un grupo de cadetes (los perros) del Colegio Militar Leoncio Prado, una novela que se concentraba en tres personajes (el Poeta, el Jaguar y el Esclavo), mientras construía una radiografía de la compleja realidad limeña en la década de los 50 (tanto dentro, como fuera del colegio).

Si bien en la película también se presenta a los tres personajes, se prefiere mostrar los conflictos morales y de socialización de los cadetes desde el punto de vista de uno de ellos: Alberto Fernández, el Poeta. El resto de personajes mantiene las características con las que aparecen en la novela: el Jaguar es el delincuente; Ricardo Arana, el Esclavo, el débil. La jerarquía militar se repite y con ella el protagonismo del teniente Gamboa, inmortalizado por Gustavo Bueno. La muerte del Esclavo, la reacción de sus compañeros y el conflicto por determinar al responsable, también se mantienen tal cual el libro.

La novela está inspirada en las experiencias de Vargas Llosa a sus 14 años, cuando estudió tercero y cuarto de secundaria en el colegio Militar Leoncio Prado. Él, al igual que su personaje principal, tuvo un lugar privilegiado entre los cadetes, debido a que vendía cartas de amor a sus compañeros, quienes las enviaban a sus novias.

Las autoridades del Leoncio Prado no permitieron que la película se grabe en sus instalaciones, pues la institución ya había tenido varios problemas con el libro: tras su publicación saltaron voces a decir que la obra denigraba el prestigio del colegio y del Ejército mismo. Hasta se corrió el rumor de que se habían quemado cientos de ejemplares de la novela en el patio del colegio. Veintidós años después de su publicación, las heridas no habían cerrado, por lo que los realizadores no usaron el nombre del colegio (lo renombraron Colegio Militar de Lima) y optaron por grabar en las instalaciones del Hospital Psiquiátrico Víctor Larco Herrera. La película costó US$225,000.

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Sobre la adaptación de la novela, Lombardi dijo:  “Además de ser mi narrador peruano predilecto, Mario Vargas Llosa ejerció una enorme influencia para mí desde una perspectiva formativa”.

El blog Lee por Gusto rescata extractos de una entrevista en la que Francisco Lombardi cuenta cómo consiguió la bendición del Nobel para la adaptación de esta novela: “Mario Vargas Llosa […] le había hecho un comentario favorable a ‘Maruja en el infierno’ (mi película anterior), (por ello) me acerqué a saludarlo. Como quedamos en conversar, aproveché para pedirle ‘La ciudad y los perros’. La cosa fue complicada porque los derechos costaban más que la inversión completa de mi película. Pero Mario fue sumamente generoso e hizo muchos esfuerzos para que me pusiera de acuerdo con su representante, Carmen Balcells”.

Federico de Cárdenas, en su libro “El cine de Francisco Lombardi, una visión crítica del Perú”, cuenta esta misma historia, añadiendo que José Watanabe y Francisco Lombardi sufrieron al trabajar en la adaptación, porque si bien la novela se cuenta a partir de varias voces, para la película se tenía que optar por solo una, sin olvidar de mantener la esencia de la historia. Lombardi luego confesaría: “En el caso de Mario, él nos dio completa libertad; luego me dijo que había quedado contento con la adaptación”. La crítica la recibió bien y ha seguido elogiándola con el pasar de los años. Como decíamos: todos contentos.

El espacio y la rigidez del colegio militar

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“Que los cadetes recuerden esto: en el Ejército los errores son fatales y el sentimentalismo criminal”, dice el mayor tras enterarse de la muerte del cadete apodado El Esclavo. Frases como esta se repiten en toda la película, reforzando la idea de la educación rígida que los cadetes recibían en la escuela.

Y el lenguaje de esos cadetes imita al del mayor; pero su trato duro, a la defensiva, evasivo de emociones, de pronto se tiñe de gestos o frases infantiles. Y no solo las frases del Esclavo, el débil por definición. Por ejemplo, el Poeta, tras agarrarse a golpes con el Jaguar, recurre al infantilísimo recurso de “júralo por tu mamá”.

La crítica al sistema militar se mantiene firme en la película, pero no en forma de panfleto, ya que llega de la mano de la historia misma. Lombardi le dijo a Federico de Cárdenas en una entrevista para la revista Debate en julio del 85: “El Colegio Militar es para mí la prolongación de una manera de ver las cosas de la institución castrense, pero […] esta institución no es producto de la nada, sino de todo el organismo social que hay detrás de ella y que tolera sus excesos y abusos de poder […] Al tocar estos puntos, la película tiene una carga antimilitarista, aun cuando no se trate de una obra de tesis o propaganda”.

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Sobre el mismo tema Ricardo Bedoya en su libro “Entre fauces y colmillos, las películas de Francisco Lombardi” considera que la visión crítica de la institución militar es consecuencia de las acciones, la psicología y el comportamiento de los personajes, no el resultado de un discurso articulado y de calculados efectos.

Con este marco, y como dice Bedoya en otro de sus libros (“100 años de cine en el Perú”), la cinta se dramatiza a partir del conflicto en la conciencia “en trance de maduración” del personaje principal, el cual se vuelve hilo conductor de la historia. Esta conciencia se divide entre la fidelidad a sus creencias personales y el cumplimiento de los requerimientos autoritarios de la institución. Por ello el rechazo moral del protagonista a un universo que le exigía “actitudes y decisiones contrarias a sus convicciones”.

Bedoya y de Cárdenas coinciden en que, con esta cinta, Lombardi afianza un estilo narrativo en el que no trata de demostrar una verdad (documentar la vida en el colegio militar, por ejemplo), sino en desarrollar sus posibilidades de ficción, en la construcción y profundización de personajes y puntos de vista.

La reconciliación

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En marzo del año 2011, Mario Vargas Llosa regresó al colegio Leoncio Prado. Meses después de haber recibido el Premio Nobel, su ex casa de estudios dejó atrás la crítica de las autoridades del colegio hacia la novela y se reconcilió con él. Sus ex compañeros, también.

El escritor se puso la cristina azul del uniforme y no dejó de sonreír durante la ceremonia. El director del colegio le dedicó los mayores elogios y un alumno del quinto año le dedicó un poema que hablaba del Jaguar, el Poeta, la ciudad y los perros. «Aquí está el cadete en sus orígenes, antes de lanzar su pluma al mundo», decía.

Vargas Llosa dio un discurso en el que hizo esfuerzos por no quebrarse, y al bajar del estrado y se reencontró con sus amigos de promoción. Cuando se abrazaron recordaron viejos tiempos y se rieron en voz alta. “Mira que hasta llegamos al cine”, dijo uno de ellos.

Los personajes

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  • Gustavo Bueno como Teniente Gamboa. Tenía 33 años y desde entonces desarrolló una carrera brillante en el cine, el teatro y la televisión. Volvió a interpretar al teniente Gamboa el año 2012 en la versión teatral de la obra. Al parecer, la famosa frase “¡No me mire cadete! ¿Quiere que le regale una fotografía mía calato?” surgió de una conversación entre Bueno y su compañero de reparto, Ramón García, quien interpreta al teniente Huarina: García soltó la frase al contar anécdotas de su etapa escolar, pues él fue alumno del Leoncio Prado.
  • Pablo Serra como El Poeta. Tuvo el protagónico de esta película y de «Maruja en el infierno», también de Lombardi. Luego desapareció de las pantallas, para colocarse tras ellas.

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  • Juan Manuel Ochoa como El Jaguar. Tenía 26 cuando grabó la película y tras ella los roles antagónicos lo han perseguido durante toda su carrera, la cual se vio trunca por su adicción. Ahora participa esporádicamente en algunas producciones y vende alfajores en una calle de San Luis. En una entrevista con el diario La República dijo “Ya estoy viejo para ser famoso”. Sin embargo, famoso es.
  • Eduardo Adrianzén como El Esclavo. Tenía 21 años cuando encarnó al muchachito víctima de bullying en el Colegio Leoncio Prado. Ahora es guionista y se dedica a la producción de teatro y televisión, además de la docencia universitaria. Sobre su trabajo en «La ciudad y los perros» dijo al diario La República: «Fue una experiencia divertida pero que no volvería a hacer ya que no soy el indicado para quitarle trabajo a un actor de verdad».

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  • Miguel Iza como Arróspide. Tenía 18 años cuando participó en la película, el más chibolito. Su carrera como actor de teatro, cine y televisión no ha tenido descanso desde entonces. Ha sido también director en al menos cinco obras de teatro
  • Aristóteles Picho como Boa. «La ciudad y los perros» marcó su debut en el cine, cuando tenía 28 años. Despueś de ella participó en «La Boca del Lobo», también con Lombardi y luego en decenas de películas, obras de teatro y novelas. Se dedicó también a la docencia, pues a pesar de los múltiples halagos que acumulaba por su trabajo, nunca consiguió un protagónico. Siempre fue un actor secundario de lujo. Murió a los 56 años el 21 de diciembre del 2013.

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*Kathy Subirana conduce el programa radial por internet “Pasaje 18″ junto a Claudio Cordero.

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