En Cinta Domingo, 14 junio 2015

CRÍTICA: «Jurassic World» ofrece un espectáculo sin corazón

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Escrito por: Rubens Juárez (@rubensyyo)

La tesis sobre la que se construía «Jurassic Park» era la ambición del hombre: tanto el afán por enriquecerse, como la obsesión por sentirse superior al resto de criaturas del mundo, incluyendo las ya extintas. Esta misma línea siguió la casi digna «El Mundo Perdido», secuela de 1997 en manos del mismo Steven Spielberg. «Jurassic World», cuarta parte y reboot estrenado esta semana, prometía llevarnos por el mismo camino, al menos juzgando su material publicitario. Pero no. No del todo.

En la nueva película, el rebautizado Parque Jurásico lleva 10 años enriqueciendo a la corporación Masrani y su prioridad es satisfacer las demandas de potenciales consumidores, quienes -aseguran los estudios de mercado- quieren dinosaurios más grandes, más feroces y con ‘más dientes’. Tanto pesa la mercadotecnia, que bromear sobre un futuro ‘Pepsisaurio’ no queda tan alejado de esta realidad. Hasta allí continuamos con el espíritu de «Jurassic Park», y ni siquiera la idea de un dinosaurio mutante como el Indominus Rex es inverosímil en este nuevo universo. El problema llega cuando más adelante aparece lo que llamo ‘el efecto Alien’.

Si recordamos la saga protagonizada por Sigourney Weaver, el poder antagonista se repartía entre la bestia extraterrestre y la bestia humana. La ambición de la corporación Weyland por capturar un espécimen alienígena para utilizarlo como arma bélica era el verdadero demonio que le quitaba el sueño a Ellen Ripley. Esta es la nueva arista que se impregna en la heredera de la saga jurásica. Un giro dramático que no termina de convencer, sobre todo porque no está bien desarrollado y queda como una mera excusa para la controversial idea del escuadrón de velociraptores. Bastaba aferrarse al lazo de confianza del que Chris Pratt se jacta desde la primera vez que lo vemos en pantalla para justificar las escenas en las que sale de cacería junto a las mascotas más cool que uno puede desear . No había que darse tanta vuelta.

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Uno de los tantos guiños que se hace a la película original de 1993, es que «Jurassic World» también se cuenta desde dos puntos de vista: los que se perdieron en el parque (aquí, los hermanos Mitchell) y los que van a buscarlos (Owen y Claire). Pero no, no encontramos otro Allan Grant (Sam Neill en la primera parte) ni otro Ian Malcom (inolvidable Jeff Goldblum). Es más, no se puede decir que existan estos personajes propiamente dichos en la película, apenas se puede hablar de esbozos muy torpes.

Chris Pratt hace lo que puede con Owen Grady, una imitación de Indiana Jones que se desdibuja a lo largo de los 125 minutos del metraje. Bryce Dallas Howard no supo cómo darle dignidad a Claire Dearing, un personaje que se debió leer muy ridículo desde el papel y ninguno de los cuatro responsables del guión lo notó. La tensión sexual que se supone debía haber entre ellos no existe, tanto así que cuando el infaltable beso de todo blockbuster se da lugar, no emociona, sino que causa extrañeza. Intuyo que el lío con los hermanos Gray y Zach Mitchell (interpretados por Ty Simpkins y Nick Robinson) es que no se llevaban muy bien y que la tragedia estrecharía los lazos de sangre: pero el tema del divorcio de sus padres se mete en el medio y nada termina de cuajar.

Los únicos personajes humanos decentemente construidos son los roles secundarios de Jake Johnson y Lauren Lapkus, a pesar de sus muy contados minutos en pantalla.

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Pero no todo es decepcionante. Si en algo brilla «Jurassic World» es en el tratamiento de los dinosaurios. Aquí sí tenemos personajes. Con secuencias muy acotadas se ha logrado dotar de características muy bien definidas a las bestias protagonistas de la película. Así tenemos a una hembra Indominus Rex que, a pesar de su inteligencia, se abre a un nuevo mundo sin ninguna idea de qué lugar tiene en él. Blue, el hermano mayor de los velociraptores, incluso tiene un pequeño arco de transformación y, sin duda, es mi personaje favorito. El minuto de fama entre el Apatosaurio, el Tiranosaurio Rex y el Mosasaurio tiene un objetivo tan claro que también nos da una luz de personalidad para cada uno. La humanidad de los dinosaurios es el gran logro de «Jurassic World».

Se supo manejar los efectos visuales, combinando los diseños digitales con los efectos prácticos en set (aunque se nota la diferencia entre los dinosaurios protagonistas y los de relleno, claramente desatendidos); la música de Michael Giacchino se salva porque le hace demasiados homenajes a la banda sonora original de John Williams; y las escenas de acción están tan bien logradas que te hacen olvidar a los prescindibles protagonistas. Por eso estoy en desacuerdo con algunas de las críticas que ya han salido a la luz, ya que para mi sí hay secuencias memorables: los últimos 10 minutos justifican los 115 minutos que hay que esperar para llegar a ellos y los más de 150 millones de dólares que costó hacer la película.

A «Jurassic World» le quedan un par de secuelas por venir, por lo que queda tiempo para corregir errores. El más grande: tal cual sucede con el parque ficticio, se preocuparon más de satisfacer el hambre del consumidor y se olvidaron del corazón, de la intención con la que nació todo. Colin Trevorrow ya aseguró que no dirigirá otra entrega, así que la siguiente película puede ser totalmente distinta. Quién sabe, quizá se acerque peligrosamente a lo que Spielberg hizo tan bien hace 22 años.

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DATO: En algún momento de la película, el Dr. Henry Wu menciona que todos los dinosaurios del parque son híbridos, y que si no hubieran tenido que utilizar ADN de otros animales para completar sus secuencias genéticas, muchos lucirían totalmente distintos. ¡Ajá!, por eso es que los terópodos (como velociraptores y tiranosaurios) de la película no tienen las vistosas plumas que tanto echaron en falta los fanáticos científicos. Ni en «Jurassic World» ni en «Jurassic Park» existieron dinosaurios de verdad, sólo criaturas diseñadas para atraer más público.

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