En Cinta Domingo, 7 junio 2015

CRÍTICA: La película peruana «Climas» logra transmitir tristeza a partir del silencio

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Escribe: Rodrigo Bedoya (@Zodiac1210)

“Climas”, de Enrica Pérez, es una película que permite ver a una directora con capacidad para generar ambientes y manejar esos momentos en los cuales los silencios son más importantes que las palabras. Las mejores situaciones del filme, ópera prima de la realizadora, se encuentran justamente en esas secuencias donde las miradas y los gestos permiten ir delineando a los personajes y sus relaciones, y en donde son las acciones, más que la ilustración de una idea de guion, las que van alumbrando el camino que siguen las tres mujeres protagonistas.

Son tres historias las que componen el filme: la primera ocurre en Ucayali y narra el despertar sexual de Eva (Claudia Ruiz del Castillo), una adolescente. La segunda ocurre en Lima, y vemos a Patricia (Fiorella de Ferrari), una mujer que debe lidiar con un tragedia del pasado. La tercera se ambienta en los Andes y se centra de Zoraida (María Unocc), una anciana que vive en una comunidad campesina y que se reencuentra con su hijo. Tres historias que se ambientan en las tres regiones geográficas del país y que tienen como protagonistas a mujeres que conviven con su soledad, con problemas que tienen que ver con la edad y con su propio recorrido de vida.

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La historia de Eva tiene aciertos parciales, sobre todo en lo que se refiere a aprovechar la fuerza y la potencia de su actriz. De las tres, esta es la historia más física, aquella en la que la cámara se mueve más, justamente para seguir el movimiento de la protagonista; un movimiento que quizá represente esa sexualidad que está a punto de explotar. Cuando esa cámara se centra en el ritmo, en la sonrisa y en la mirada Ruiz del Castillo, la historia capta de forma precisa esa dimensión casi visceral que implica el despertar sexual.

Ese aspecto del filme balancea el hecho que la historia se siente muy tópica en cuanto a su estructura. Por momentos pareciera que estamos viendo un esquema con todos los estereotipos del descubrimiento de la sexualidad: la conversación de las chicas sobre la menstruación, por ejemplo, resulta reiterativa en su intención de dejar en claro la etapa que están viviendo las jóvenes. Cuando el filme se aleja de su concepto es cuando consigue sus mejores momentos.

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La segunda historia es aquella que depende más de su anécdota, y ese es su principal problema: Fiorella de Ferrari sufre por una tragedia que tiene que ver, en un principio, con la imposibilidad de ser madre; aunque después entendemos que la tragedia del personaje es más profunda. Por más que Pérez busca aprovechar el clima gris y apagado de Lima en invierno, la cinta va creando un ambiente de excesiva gravedad que nunca se siente del todo orgánico: el malestar del personaje lo sentimos en el papel y a partir de diálogos que explican la situación, pero nunca es transmitido con la suficiente convicción.

Tal hecho resulta evidente en la conversación final, entre Patricia y su ex pareja: el trágico secreto que oculta la protagonista es explicado a partir de un diálogo que es un truco de guión para resolver el tema, y que por lo tanto se queda en la declamación, en la simple explicación del dolor sin que este se exprese o sienta en su real dimensión.

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La tercera historia es la más lograda y es la que permite apreciar de manera cabal el dominio que tiene Pérez de sus recursos. La visita que recibe Zoraida de su hijo es el punto de partida de una historia que tiene un estilo distinto a las anteriores: en esta, la cámara fija va marcando un ritmo cadencioso, como si lo que estuviéramos viendo fuera parte de un rito. El rito del regreso del hijo y de la desconfianza, acaso resignada, de la madre.

En este tercer episodio, Pérez consigue generar un clima en el que aquello que los personajes no se dicen es justamente lo que mueve las emociones: la desconfianza de Zoraida está presente en el rostro y en la sonrisa de Unocc, cuya economía de recursos es bien aprovechada por la cineasta para ir generando cierta sensación de desesperanza. En ese rencuentro madre-hijo, no hay espacio para la alegría o el cariño; solo uno muy pequeño para la nostalgia.

Pérez, a partir de la cotidianidad y de los pequeños actos de la mujer, va creando ese clima de resignación, en donde el pasado del hijo se mezcla con el presente, marcado por el trabajo de la tierra; en donde los momentos más emotivos e íntimos tienen el mismo tono que aquellos más dolorosos o complejos. Como si toda la historia fuera un ritual cuyo desarrollo escapa a la voluntad de los personajes. Como si el desenlace de los sucesos estuviera escrito de antemano, donde la madre y el hijo forman parte de un engranaje silencioso que nada ni nadie puede detener.

“Climas”, en sus mejores momentos, consigue transmitir una cierta tristeza a partir del silencio, de aquello que está entre sus personajes sin que ellos tengan que pronunciar palabra alguna. Veremos que camino sigue la carrera de Enrica Pérez.

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