En Cinta Martes, 3 marzo 2015

CRÍTICA: «La Teoría del Todo», entre el obstáculo y el conflicto dramático

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Escribe: Alberto Castro (@mczorro)

Hay una gran diferencia entre un simple obstáculo y un conflicto dramático a la hora de contar una historia, a pesar de que la misión de ambos sea mantener a un protagonista separado de su objetivo. El obstáculo requiere de la búsqueda de una solución que permita su superación, mientras que el conflicto dramático no solo plantea una multiplicidad de posibilidades, sino que una vez encontrada la respuesta, ella misma implicará conflictos adicionales. Para el obstáculo importa más la acción, el llegar al objetivo; mientras que para el conflicto dramático en el centro está el personaje y su dilema, que deviene en una toma de decisiones.

Usualmente las películas sobre hombres importantes en la historia del mundo que deben enfrentar discapacidades tanto físicas como mentales se quedan en el terreno del obstáculo: la enfermedad, terrible en la vida real, no necesariamente sirve como fundamento para una buena dramaturgia. Hay sufrimiento, claro que sí, pero no es uno que necesariamente permite ni obliga al protagonista a tomar decisiones, ya que la enfermedad suele devenir en dos resoluciones irrebatibles: la cura (el aprender a vivir con ella, en todo caso) o la muerte. La enfermedad como obstáculo puede llegar a crear conflictos dramáticos como efectos colaterales, aunque pocas películas de este corte se detienen a contemplar algo más que la enfermedad misma.

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Luego de este preámbulo es que llego a «La Teoría del Todo», película del inglés James Marsh (de quien tienen que ver «Man on Wire», por favor) que nos muestra al popular astrofísico Stephen Hawking y su convivir con la enfermedad que lo postró en una silla de ruedas por el resto de su vida. Y sí, el drama de la enfermedad es trágico, como debería de ser, todo apoyado en una magnífica performance de Eddie Redmayne, quien tenía la titánica tarea de interpretar a un personaje que sigue vivo y al que todos hemos visto alguna vez; un actor que logró aprovechar cada centímetro de su rostro para denotar tanto sufrimiento como aprehensión y ganas de seguir viviendo.

Pero lo mejor de esta película (y esto es una evaluación personal, claro está) no radica en un hombre que a pesar de su salud pudo dedicarse a investigar el origen del universo, algo que es tratado de la manera más respetuosa y convencional posible en esta película (con todo y su discurso de superación final). «La Teoría del Todo» brilla cuando se concentra en Jane Hawking y el dilema al que se enfrenta una vez casada: la cinta reflexiona sobre el supuesto amor incondicional y el adulterio justificado, sobre los sacrificios que devienen de ingresar a una relación, sí, pero también sobre el fin inevitable del amor.

La teoría del inicio y fin inminente del universo aplicada a la colisión de dos almas enamoradas: resulta incluso más iluminado el ver que la relación no termina por la enfermedad, sino porque la llama simplemente se apagó con el tiempo, algo que es reconocido por ambas partes.

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Lo que hace Felicity Jones es complicadísimo: ¿cómo contrarrestar una notable actuación hacia afuera como la de Eddie Redmayne? Con contención, aguantando los superlativos que la rodean y llevando la procesión por dentro, una que es avizorada en el tenue brillo de los ojos o el suave temblor de mejillas o labios. Y es que su conflicto dramático es el más difícil del dúo y logra transmitirlo sin necesidad de gritos o llantos exagerados: sutilmente logra evidenciar el laberinto mental que se construye en su cabeza (en base al qué dirán, a las ambiciones personales, a la infelicidad que la acongoja) y el proceso que la lleva a tomar decisiones.

Resulta doloroso descubrir que el amar/querer termina convirtiéndose en deber, ver que la relación devino en la infelicidad de ambos. El triángulo amoroso que se forma con el personaje de Jonathan (Charlie Cox) es fascinante por lo mucho que Stephen como Jane lo necesitan.

Y sí, la película falla al quedarse en el melodrama más suavecito, uno en el que la importancia y solemnidad de la leyenda de la física y lo que estudia opaca estas reflexiones más complejas. Pero resulta interesante compararla con «El Código Enigma», la otra apuesta de corte complaciente y políticamente correcta del Oscar 2015, que prefirió más tajantemente huir de la carnecita que representaba hablar de la homosexualidad, para concentrarse en un juego de espías y códigos (obstáculos, sin más). «La Teoría del Todo» felizmente apuesta por alejarse de vez en cuando del retrato de un hombre brillante que debe cargar con una terrible enfermedad, para con ella rebatir la idea del amor absoluto y enhebrar un verdadero conflicto dramático. Un dilema sin respuestas obvias o correctas, sino más bien de consecuencias grises.

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