En Cinta Viernes, 13 febrero 2015

CRÍTICA: «Boyhood», como la vida misma

En Cinta

#losquesolohablandecine Lo último del mundo del cine. Lo que nos interesa, siendo honestos. facebook.com/EnCintaPeru twitter.com/encinta

boyhood_still

Escribe: Alberto Castro (@mczorro)

Que tremendo director puede ser Richard Linklater, que tal película resultó ser «Boyhood». Una delicia cinematográfica que deja una tremenda huella en la historia del cine, empezando por una producción que tomó doce años en filmarse, un experimento condenado al fracaso desde el arranque en las manos equivocadas. Una película que basa sus conflictos e inflexiones en la cotidianidad, en aquellos encuentros inesperados y separaciones forzosas, en las pequeñas decisiones o momentos mínimos del proceso de crecer, aquellos que riegan consecuencias trascendentales en la construcción de la identidad, de las aspiraciones y vocaciones. Se trata de una película que no nos cuenta nada, pero nos lo cuenta todo, a la vez. Como la vida misma.

Lo fascinante del retrato generacional que nos plantea la película, es que el espectador puede sentirse identificado en diferentes momentos sin necesariamente haber sobrellevado todos o ninguno de los específicos de la ficción (el divorcio de los padres, las constantes mudanzas o hasta las ambiciones artísticas). Y es que los dilemas existenciales son universales y fluyen de manera natural en el proceso de crecer: la película plantea esta búsqueda del sentido de la vida, además de la forja de un lugar propio en el mundo, en los momentos menos grandilocuentes y de apariencia trivial del día a día. Aquellos que recordamos de nuestro pasado sin necesariamente entender por qué, ya que en la superficie no sucedió nada necesariamente importante.

Mason-Progession23

Claro que la película permite lecturas mucho más profundas a partir de su realización, y es que el proceso creativo influye en el resultado final de la película (Linklater ha declarado que se esbozó un esquema general con el que trabajar por doce años, pero este se modificó en base a las vivencias y dilemas propios de cada protagonista). Es fascinante ver la evolución orgánica de Ellar Coltrane en pantalla gigante, una de arcos narrativos más definidos en primera instancia, pero que guiado por la mano firme del realizador pasa a un terreno casi etéreo en la segunda mitad de la película. O la resquebradiza línea que se traza entre ficción y documental entre el personaje de Lorelei Linklater (hija en la vida real del director) y Ethan Hawke (alter ego del realizador en pantalla).

Y es que el proceso creativo resulta tan personal, que hasta la voz que narra (de forma figurada) la película varía mientras avanzamos en el tiempo: pasamos de pasajes más observacionales y de comedia marcada en los primeros años de la niñez, a la verborrea perspicaz en el paso hacia la adolescencia, hasta llegar a los episodios más reflexivos, silenciosos y desesperanzados cuando nos acercamos a la adultez. Si en la trilogía de «Before Sunrise» ya se podían interpretar tres lecturas del amor en diferentes momentos de la vida, aquí hay dos tipos de lectura que se superponen: la del protagonista que crece en tiempo real y la del realizador que madura y se cuestiona a sí mismo (mirando tanto a su pasado, como reflexionando sobre su propio cine).

r0_3_1200_678_w1200_h678_fmax

Aunque más allá de las reflexiones más meta, lo mejor de la película se concentra en la escena final de Patricia Arquette, cuando se quiebra en plena despedida de su hijo antes de partir a la universidad. Y es que si bien podemos hablar de una película que por lo general nos habla en tono optimista y conciliador, invitándonos a vivir cada momento como si fuera el último, en el fondo hay un mensaje muy derrotado en torno al ciclo sin fin de la existencia. Si bien se trata de una película que nos muestra la niñez (el boyhood) de nuestro protagonista, en paralelo vemos el proceso de maduración de padres, padrastros y otros parientes que ya formaron (y se trajeron abajo) familias completas. La disfuncionalidad eterna en la que vamos a vivir, ese aprendizaje constante e ininterrumpido, ese sentimiento de jamás tener exactamente lo que queremos y lo rápido que se nos acaba el tiempo para conseguirlo (o mantener lo poco que hemos logrado construir), termina de esbozar el panorama aterrador de lo que es vivir. Y es que la vida se va. Demasiado rápido.

Por eso y muchas cosas más, «Boyhood» no solo fue uno de los mejores estrenos del año pasado, sino una de las películas más trascendentales de la década, una de la cual se hablará y seguirá discutiendo por muchísimo tiempo. Una experiencia en el cine que no solo te deja tarareando las incontables canciones que acompañan su soundtrack y que nos remiten a nuestro propio pasado, sino que nos llena de una nostalgia que mira hacia atrás revisando aquellos capítulos mínimos pero esenciales para convertirnos en quienes somos, y con un nerviosismo en torno a los inevitables cambios y vueltas que nos ofrecerá la vida a futuro. Se sale del cine con una sonrisa grande en la cara y la frente bien en alto, las mejillas algo mojadas.

En Cinta

#losquesolohablandecine Lo último del mundo del cine. Lo que nos interesa, siendo honestos. facebook.com/EnCintaPeru twitter.com/encinta